Matriz mediática hegemónica, manipulación y naturalización de la muerte
Equipo Cedins Eje Cafetero
El concepto de hegemonía fue ampliamente desarrollado por Antonio Gramsci. La hegemonía es una concepción del mundo que está arraigada en la materialidad de la vida social y busca construir un consenso activo alrededor de los valores e intereses de las clases y grupos que disputan el poder. La hegemonía hace que dichos valores e intereses sean internalizados como propios por el resto de la sociedad, es decir, los convierte en “sentido común” (Ouviña, 2020).
En ese sentido, la hegemonía se construye siempre que existe una dirección política, ideológica y cultural de una clase social sobre otra. De esta forma, se impone la visión de un grupo dirigente que muestra sus intereses y proyectos particulares como universales. Este grupo dominante convence al grupo dominado a través del uso de varias estrategias que logran que al grupo dominado se le dificulte hasta la percepción de los lazos de dominación (Varesi, 2016).
En la actualidad, se puede ver cómo la burguesía transnacional ha conservado su poder a partir de diversas estrategias, entre ellas, la construcción de hegemonía a través de la reproducción de un patrón de dominación que utiliza a la cultura como una herramienta para su expansión permanente (Álbarez, 2016). En esta línea, la coacción y la fuerza son elementos que aparecen de forma esporádica, pero la imposición de la visión de mundo es una tarea constante que posibilita mantener la dominación. En este orden de cosas, afirman Puentes y Suárez (2016:452) que:
el Estado asume una labor domesticadora y colonizadora de lo social, infundiendo un discurso plagado de contenido ético e ideológico; con ello busca articular una “visión del mundo” que, por efecto, acarrea la exclusión y negación de la diferencia.
Teniendo en cuenta lo anterior, es necesario aclarar que la construcción de esta “visión de mundo” desde el poder hegemónico, más que a una elaboración espontánea, obedece a un proceso sistemático y con base científica que busca penetrar la psiquis misma de los sujetos objeto de su interés, generando acciones y reacciones predeterminadas y manipulables originadas a partir de los contenidos que, de forma claramente intencionada, se difunden desde los medios y espacios de comunicación dominantes, pero ¿cómo lo logran?
En primer lugar, debemos entender la memoria como un sistema de memorias, es decir, comprender que “no es una función cerebral estática, única o aislada” (Carrillo-Mora, 2010), sino un complejo entramado neuronal que ha sido estudiado desde diversos frentes haciendo que su conocimiento sea cada vez más profundo y las teorías sobre su funcionamiento, múltiples.
Si bien profundizar en estos temas científicos no es la intencionalidad del presente artículo, cabe resaltar que, en el siglo XX, los conductistas avanzaron en el estudio del aprendizaje que se “deriva de la asociación repetida entre un estímulo y una respuesta (condicionamiento clásico) o entre un estímulo y una conducta (condicionamiento operante)” (Carrillo-Mora, 2010) lo que -sumado a los aportes de Michell Proust y su teoría de la “memoria involuntaria”, entendida como “un tipo de memoria que no puede evocarse a voluntad y que escapa al dominio de la inteligencia” como lo describe María Llorens en 2018 o las teorías expuestas por Manuel Froufe en diversos textos sobre el aprendizaje y el condicionamiento de la conducta humana- nos permite develar la posibilidad de generar procesos de manipulación de la conducta y la respuesta humana a partir de estímulos externos que, para nuestro caso concreto de análisis, utilizan como vehículo los medios de comunicación hegemónicos y las redes sociales.
Ahora bien, tal como lo referencia Sary Calonge, la construcción de esta “representación social” pasa por la objetivación, que “tiende a la concretización del pensamiento social para volverlo vivaz y eficaz en la vida cotidiana, para facilitar la comunicación” y el anclaje, que “corresponde a la significación de los contenidos de la representación”. De esta forma, la construcción de sentidos comunes por parte del poder hegemónico pasa por la construcción de matrices mediáticas, definidas como “la lista de asuntos con cobertura mediática” (Zhu y Blood, 1996), basadas en el conocimiento mismo de los nichos poblacionales a los que quiere llegar, sus formas, sus lenguajes, sus motivantes y condicionantes, referentes parciales de verdad que se presentan como absolutos y generadores de opinión prefabricados y alineados con una visión hegemónica de mundo. Dichas elaboraciones se generan a través de un proceso basado en tres teorías básicas:
1. Efecto priming: este término, que no cuenta con traducción al español, hace referencia a un efecto de la memoria implícita, en el cual la exposición a un primer estímulo o primador influye en la respuesta a un estímulo posterior, incluso sin que el individuo recuerde haber sido expuesto al primero. Así pues, se trata de identificar todos aquellos ítems, categorías y/o estímulos visuales, auditivos, semánticos, etc. que condicionan el comportamiento social de los sectores hacia los cuales se dirige la comunicación y cómo estos ítems se relacionan con otro tipo de estímulos.
2. Seteo de Agenda: este término, acuñado por McComb y Shaw a finales de la década del 60 y principios de los 70, hace referencia a cómo la selección de noticias por parte de los medios de comunicación condiciona las visiones del público, jerarquiza sus discusiones y genera criterios de “verdad” producto de una agenda de trabajo comunicacional impuesta por el poder dominante bajo una misma línea ideológica que permea la agenda mediática, la agenda pública y la agenda política.
3. Teoría Framing: el framing o encuadre es el tercer pilar de la construcción del sentido común desde los medios de comunicación hegemónicos, pues, luego de modificar las percepciones para manipular las posibles respuestas y determinar los temas que se deban tratar desde los medios, se hace necesario el enmarcar dichos contenidos en la línea político-ideológica dominante, establecer la visión “correcta” frente a las temáticas y establecer las mejores formas para compartirla, teniendo en cuenta cuatro elementos: emisor, receptor, texto y cultura (Ardèvol-Abreu, 2015).
Los anteriores elementos se ven materializados en el discurso, este es un componente fundamental de las sociedades humanas, dado que el lenguaje es transversal a las relaciones que se tejen en las comunidades. Por lo tanto, las palabras no solo nombran las cosas, sino que las definen y aportan a la construcción de realidades. Así, si una jueza, en una audiencia, dice “culpable”, esta palabra transforma la vida de una persona, de su familia, de su comunidad y, además, construye una idea de sociedad en la que las acciones realizadas por esa persona son rechazadas y, por ende, merecen una condena.
Adicionalmente, los discursos establecen formas de ver el mundo. Por ejemplo, cuando una compañía petrolera quiere vender su idea del “fracking” muestra solo aspectos positivos como: 1) instalación elementos de “alta tecnología” y 2) “monitoreo integral”. Los aspectos que presentan pueden relacionarse con la idea de desarrollo y, en ningún momento, dan cuenta de la destrucción ambiental y el impacto negativo en los habitantes de las zonas en las que se implementará esta técnica de extracción de hidrocarburos. Tal y como se muestra en este ejemplo, las formas en las que se dicen las cosas, las palabras que se utilizan, el orden de las ideas, las cosas que no se nombran, a quién se dirige un texto y otros elementos discursivos son claves para el posicionamiento y la expansión de una idea. Es así como el discurso pasa de ser un mero elemento del lenguaje y se convierte en una práctica política.
Ahora bien, ante esta situación cabe preguntarse ¿quiénes definen qué se dice y cómo debe presentarse dicha información? En un mundo donde la política económica neoliberal gana cada vez más terreno y los gobiernos corporativos sobrepasan el poder de los Estados o hacen incluso que estos últimos estén en función de ellos, la definición del sentido común se encuentra determinada por la necesidad de creación de un ambiente de aceptación generalizado que posibilite el desarrollo de los proyectos productivos de interés para el poder dominante, la minimización de la oposición política en los sectores populares y la pacificación del descontento social desde la manipulación de la opinión pública. Así, ¿qué sería de las reformas estructurales de inicios de los 90, la posterior desregulación económica, la implementación de los diversos tratados de libre comercio, la creciente violación de DDHH de las comunidades en los territorios influenciados por proyectos extractivistas de carácter estratégico, el clientelismo, la precarización laboral y la securitización de la vida, sin la intervención de los medios masivos de comunicación y el aparato ideológico que los soporta?
La noticiabilidad de los medios (“news values”) -entendida como la selección de lo que se considera noticia y lo que no, la definición de las temáticas a tratar y la determinación de los aspectos a destacar, en sociedades donde existe una amplia y evidente tendencia a la manipulación publicitaria enfocada al hiperconsumo- se encuentra influenciada por el poder socioeconómico que pretende establecer conductas, estilos de vida y hábitos, a través de los canales a los que accede la población (tradicionales o tecnológicos), imponiendo límites entre lo “bueno” y lo “malo” acordes con un criterio hegemónico de verdad en función del capital. De esta forma, la comunicación hegemónica se convierte en un negocio que, aunque incluso puede ampliar horizontes cognitivos, siempre lo hará buscando favorecer los ejercicios de manipulación bajo un sofisma de pluralidad y fácil acceso que hacen ver como democracia o libertad de expresión, imponiendo una ideología en la que la dignidad misma del ser humano está ausente o convertida en negocio (Reig, 2004).
Así pues, resulta fácil comprender el manejo que los medios hegemónicos de comunicación les dieron a las noticias surgidas en el marco de la movilización social del año 2021 justificando las violaciones a los Derechos Humanos y desconociendo el descontento que se manifestaba en el estallido social. Este manejo es el mismo que se les da a las agresiones armadas en contra del movimiento social y popular que, en territorios como Arauca, han sido presentadas como el resultado de enfrentamientos por el control de rutas de narcotráfico y se han in visibilizado las implicaciones económicas y políticas que rodean estos crímenes. De igual forma, se ha presentado una banalización del asesinato sistemático de lideresas y líderes sociales, muchos de los cuales, abiertamente, hacían parte de procesos de disputa territorial en contra de los intereses de grupos económicos que guardan estrechas relaciones con el poder político local. Asimismo, mediante estos elementos se hace posible comprender cómo los medios hegemónicos de comunicación minimizan errores políticos de ciertos candidatos, mientras se maximizan los de otros menos afines a los intereses dominantes, por medio de estrategias de manipulación descritas y estudiadas por autores como Timsit, Lakoff o Rodrigo Alsina, apoyados en la hábil construcción y utilización del discurso como práctica política, por medio de la cual la clase dominante impone una visión de mundo, a partir de una construcción discursiva hegemónica que se reproduce en todos los aspectos de la vida social, teniendo a la ideología del capitalismo, como eje central.
Esa línea de construcción ha reconfigurado, con éxito, la forma en que la población enfrenta y asume la violencia generalizada del país. No es producto del azar que, en Colombia, uno de los países con el mayor número de líderes y lideresas sociales y ambientales asesinados, según reportes de 2020 de entidades como la ONU o Global Witness, la muerte se haya naturalizado. Los asesinatos han dejado de producir estupor en un amplio sector de la población, las víctimas dejaron de ser personas de carne y hueso, con historias de arraigo y defensa de sus territorios, para convertirse en estadísticas, números fríos que solo se ven crecer cada día más con total naturalidad. La muerte, en general, se ha transformado en una estrategia de marketing que deja réditos económicos a un sector de los medios de comunicación que utilizan la noticia amarillista como forma de acumulación de capital.
En medio de este panorama, resulta acertado plantear que, en Colombia, la necropolítica está al orden del día. Este término, planteado por el camerunés Achile Mbembe en 2006, hace referencia a la existencia de nuevas formas de dominación y sumisión en las cuales la muerte tiene un papel protagónico, beneficiando el avance del mundo del capital con la complicidad de un Estado que estimula el modelo extractivista y se hace el de la vista gorda ante el proceso sistemático de represión legal e ilegal de la protesta social con marcados rasgos de segregación, exclusión y racismo, poniendo en riesgo la existencia misma de toda forma de vida (incluso no humana) en los diversos territorios, todo por beneficiar y proteger el desarrollo del capital.
Ante esta situación, resulta urgente que, desde el movimiento social y popular, se configuren formas de entrar a disputar los significados que se imponen desde la hegemonía, con el fin de difundir una perspectiva de mundo cercana a las realidades de las comunidades y que no esté al servicio de los grandes monopolios económicos. En ese sentido, debemos materializar la idea de la comunicación popular no como un mero ejercicio de denuncia u opinión, sino como una actividad que debe incluir la investigación, la creación y la proyección orientada a la construcción de puntos de vista propios que surjan desde las clases empobrecidas y subordinadas.
Es urgente que se deje de lado la comunicación reactiva, que responde a las dinámicas impuestas desde los centros de poder y, por el contrario, iniciemos a pensarnos la comunicación como un espacio desde el que se consolida poder y que, en tanto, nosotras y nosotros no abordemos esta confrontación, entonces, continuaremos siendo fichas de un tablero que nos es ajeno. En esta línea, la comunicación popular debe incluir una proyección que incluya todos los elementos aquí mencionados y, además, introduzca nuevas categorías y estrategias que surjan desde el campo popular como una propuesta comunicativa propia.
Es vital entender que la comunicación es un territorio en disputa y que la misma “democratización” de las comunicaciones, otorgada por el supuesto libre acceso a las redes sociales y el mundo virtual, debe servir como inspiración para generar contenidos que generen contrasentidos que de forma coordinada desde los diversos movimientos, procesos y sectores del bloque popular, disputen el poder hegemónico en favor de la construcción de identidades políticas y sentidos de mundo que construyan vida digna y un país al servicio de los nadie. Dicha acción coordinada, pasa por la construcción de redes populares de comunicación, que, desde el barrio, la vereda, la fábrica, el hospital, el territorio y en general todo espacio de incidencia del bloque popular, generen pensamiento propio en doble vía, dejando de asumir el mundo cercano a los intelectuales de izquierda como el mundo real y vinculando las diversas visiones, espiritualidades y alternativas de construcción de país que conforman esta diversidad territorial llamada Colombia.
Por último, todo este ejercicio de construcción ideológica popular debe ir acompañado de procesos de formación y socialización del conocimiento que permitan mayor acceso a la elaboración y distribución de contenidos, la utilización de múltiples plataformas de difusión y la creación de contenidos diversos que exploren y utilicen todas las modalidades posibles de lenguaje y comunicación de forma coordinada, en pro de politizar al ciudadano y ciudadana mediáticos (Beiner, 1995).
Referencias
Albarez, Natalia (2016). El concepto de Hegemonía en Gramsci: Una propuesta para el análisis y la acción política. Revista de Estudios Sociales Contemporáneos, 15, 150-160.
Ouviña, Hernán. (2020). Vindicación de Gramsci. De Frente https://www.revistadefrente.cl/vindicacion-de-gramsci-de-hernan-ouvina/
Puentes, Mauricio y Suárez, Ivonne (2016). Un acercamiento a Gramsci: la hegemonía y la reproducción de una visión del mundo. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 7(2), 449-468
Varesi, Gastón. (2016). Apuntes para una teoría de la hegemonía en Gramsci. Bitácora Ediciones. (Documento de trabajo; 2). En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.4614/pm.4614.pdf
Carrillo Mora, P. (2010). Sistemas de Memoria: reseña histórica, clasificación y conceptos actuales. Primera parte: Historia, taxonomía de la memoria, sistemas de memoria de largo plazo: la memoria semántica. Salud Mental
Calonge Cole, Sary (2006). La representación mediática: teoría y método. Sao Paulo
Zhu, J., y Blood, D., (1996). Media Agenda-Setting Theory Review of a 25 Year Research Tradition
Reig, Ramón. (2004). Dioses y diablos mediáticos. Barcelona: Editorial Urano
Beiner, Ronald (1995) Theorizing Citizenship. Toronto: Editorial Suny Press
Mbembe, Achile (2006). Necropolitique. Traducción Elisabeth Falomir Archambault. Editorial Melusina