Una guerra a muerte contra el Paro Nacional. Falseando la Revolución Molecular Disipada
Por: Equipo Cedins
El día 4 de mayo de 2021, día siete del Gran Paro Nacional, transformado en levantamiento popular y social sin precedentes en más de 70 años de historia, Álvaro Uribe Vélez, en su cuenta de Twitter trinó una recomendación para enfrentar a la ya evidente sublevación popular, que ha inspirado y despertado tanto a la Colombia profunda y geográficamente lejana, como a la clase popular de las ciudades.
Textualmente, su trino convocó a la clase dominante y a las FF.AA a “resistir la revolución molecular disipada.”
El trino provocó confusión, algo de asombro, algo de burla, pues parecía absurdo. Pero mirando con detenimiento sale a flote una lógica y doctrina contrainsurgente, cuyo objetivo es centrar como objetivo militar el movimiento social, organizado o no, que claramente va en ascenso.
El término mismo que empleó Uribe Vélez, tiene como autor intelectual a Alexis López Tapia, chileno, pinochetista y neonazi confeso, quien, en febrero de 2021, dictó una conferencia Universidad Militar Nueva Granada de Cajicá titulada: “La Revolución Molecular Disipada y Cómo Enfrentarla”. La audiencia fueron estudiosos miembros de la Policía Nacional y del Ejército, quienes la recibieron con entusiasmo, pues en ella hallan la justificación teórica de lo que ya, desde hace mucho, se venía haciendo: identificar al movimiento social y comunitario como el nuevo “enemigo interno”, que es la piedra angular de la Doctrina Militar colombiana.
La esencia del argumento de López Tapia, adaptado a la actual coyuntura, es que detrás de las protestas del Paro Nacional – “supuestamente espontáneas, pero que en realidad no lo son”- hay un plan consciente y concertado, una conspiración para desestabilizar al régimen, a través de acciones de protesta y movilización simultáneas, dispersas y difusas, sin una conducción centralizada aparente. Se trata de una revolución sin líder que actúa de manera horizontal y, por lo tanto, que es más difícil de controlar en su intento de derrocar al Estado y sus instituciones.
“No existe estructura jerárquica, los mandos y tropa son irregulares, no identificables. Los objetivos tácticos son dinámicos. Las unidades móviles son estratégicas. ¿Por qué? Porque capturan área de influencia,” dijo López en su intervención en la Universidad Militar.
Inmediatamente se percibe un gran paralelo con la doctrina militar que han aplicado las Fuerzas Armadas de EEUU en la guerra contra el terrorismo (en sus manuales de contrainsurgencia e inteligencia), pues es exactamente, así como describen las redes Al-Qaeda: redes de células difusas, sin una cabeza visible y sin acciones centralizadas, y que, precisamente por eso ha sido tan difíciles de derrotar.
López Tapia fue impactado por las revueltas sociales y populares que vivió Chile entre 2019-2020 – el Estallido Social- que logró desafiar por primera vez al orden social y político heredado de la dictadura pinochetista. Según el neonazi, es desde la óptica de una guerra contrainsurgente de nuevo tipo que se debe comprender la movilización social del siglo XXI. Es decir, le da el carácter de insurgencia difusa a la movilización ciudadana y a la protesta popular, cosa que le cae como anillo al dedo a la Policía Nacional y al Ejército, ya que con ello justifican el uso desproporcionado de la fuerza, la brutalidad y el terror. Se aplica un lenguaje bélico a la protesta, enmarcando toda movilización social en una guerra civil en la que un grupo está tratando de tomarse el poder y las fuerzas militares tienen la función de velar por ese orden que está en riesgo. “Se produce un estado de guerra civil horizontal, molecular y disipado”, dice en las conclusiones de su intervención en la Universidad militar.
Es esta lógica la que explica los más de 6,400 falsos positivos cometidos por las FF.AA entre 2002-2008, el asesinato de Dilan Cruz en 2019, el de Javier Ordóñez en 2020, las más de 90 masacres que se han llevado a cabo entre 2020 y lo que va del 2021, el asesinato de más de 1,100 líderes sociales desde la firma del acuerdo de paz en 2016, y los más de 270 excombatientes de las FARC asesinados en el mismo periodo. En el marco de este Gran Paro Nacional, es lo que explica los 47 asesinatos, 1,876 casos de violencia policial, 12 casos de violencia sexual y más 960 detenciones arbitrarias.(1)
Estas ideas, están fusionadas e incorporadas a la doctrina de seguridad nacional de Colombia, que siempre ha identificado al “enemigo interno” como el objetivo militar principal, y le dan nuevo aliento. Así siempre ha sido: durante la época de la Violencia fueron los liberales de base, luego a partir de los 1960 los comunistas, luego fue el narcotráfico, luego acuñaron el término de “narcoguerrilla”, después el terrorismo y ahora el movimiento social, al cual ya en discursos televisados, prensa o redes sociales, Iván Duque, Uribe y algunos voceros de gremios le ponen los apelativos de vándalos, terroristas de baja intensidad (2) o amenaza terrorista.
Los orígenes moleculares
El neonazi Alexis López construyó su teoría paranoide, desde una particular lectura del filósofo y psicoterapeuta francés Félix Guattari, quien escribió “La Revolución Molecular” (publicada en español en 2017 por primera vez), donde plantea justamente lo opuesto que el neonazi. Guattari se propone el dilema de cómo lograr cambios revolucionarios duraderos contra un “capitalismo mundial integrado”, que cuenta con una burguesía globalizada, que controla y domina a nuestras sociedades más desde la micro política que la macro política, tanto desde la subjetividad como desde la explotación material y la represión física. La oposición a este capitalismo, de acuerdo a Guattari, no es a través de una sola fuerza monolítica -un gran movimiento estratégico con un singular objetivo estratégico (la toma del poder del Estado)- sino “desde diversos puntos, creando una multiplicidad de líneas de fuga y de auténticos sistemas de vida alternativos, sin centralización de ningún tipo.” (3)
“La revolución social que está por venir será molecular, o no será. Será permanente, se producirá al nivel de lo cotidiano, exigirá un constante análisis de las formaciones del deseo cuya función es someternos a formaciones de poder cómplices del sistema actual. Si no, el poder del Estado y la burocracia la absorberán.”
Lo que hizo Alexis López fue voltear la altruista idea de Guattari de una revolución desde el cambio cultural y subjetivo, cotidiano y pequeño, hasta colocar a ese sujeto que emprende esas transformaciones, como el enemigo difuso y sin cabeza al que el capitalismo (con sus gobiernos y ejércitos) tiene que combatir. Y es una guerra a muerte.
Otra fuente importante de la que Alexis López tomó como inspiración es el ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger, y su libro Perspectivas de una Guerra Civil (1995), donde introduce el concepto de la guerra civil molecular. Según Hans Magnus, la guerra civil molecular se desarrolla en zonas urbanas y sin ningún claro objetivo político, pero sí posee un alto grado de violencia. En las guerras civiles moleculares, la violencia ya no es un medio para conseguir un fin, como tampoco hay ideologías que las sustenten. Son microscópicas – “moleculares”- difíciles de percibir y difíciles de combatir.
“Una guerra civil molecular es un conflicto en las metrópolis […] un grado de fragmentación que pone en riesgo el ejercicio del monopolio de la violencia por parte del Estado…”
La observación no es gratuita: nuestras sociedades están urbanizadas en más de un 75%. Ya hay pocas guerras rurales. Las guerras contemporáneas son urbanas: Bagdad, Gaza, Damasco, Mosul, Donbass, son ejemplos de ello.
Él se basa en observaciones de los acontecimientos de la década de los 1990, ya disuelta la Unión Soviética, cuando corrían los tiempos del fin de la historia y el fin de las grandes narrativas utópicas. Corrían tiempos de nihilismo, derrotismo y el imperio de la posmodernidad. Se basó tanto en las revueltas raciales de Los Ángeles como en las guerras de la antigua Yugoslavia (Serbia, Bosnia, Kosóvo, Macedonia, Montenegro), y lo metió todo en el mismo saco.
Por el momento la historia no le ha dado la razón ni a Guattari ni a Hans Magnus. No hay registro de revoluciones moleculares, dispersas, difusas, sin objetivo estratégico. Aunque en los grandes levantamientos antineoliberales de la década de 1990 nunca hubo cabeza centralizadora, siempre hubo propósito compartido y un enemigo común: el régimen neoliberal y sus gobernantes. Y quizás precisamente por el carácter de falta de un proyecto orgánico y una estrategia, aquellas nobles revueltas lograron hasta derrocar gobiernos, pero se quedaron cortos en llenar el vacío con una alternativa transformadora anticapitalista.
Hans Magnus también se equivocó, pues detrás de las guerras civiles de los 1990 siempre hubo un objetivo estratégico. El desmembramiento de Yugoslavia -la Guerra de los Balcanes – fue una maniobra conducida por el imperialismo desde su brazo armado, la OTAN. La “balcanización” fue -como sigue siendo- una estrategia geopolítica de dominación imperial, tal como lo planteó el gurú de la dominación geopolítica, Zbigniew Brezinski.
La guerra centenaria contra el pueblo colombiano
A Alexis López Tapia estas disquisiciones teóricas no le parecieron importar en lo más mínimo. Lo fundamental era cómo el reino molecular le ayudaba a redibujar al enemigo, le ayudaba a encajar al masivo y popular estallido social chileno, como el gran desafío al pinochetismo y a su correlato piñerista. Su conclusión es simple: no es que la amenaza comunista haya desaparecido, sino que ha cambiado de forma.
A la jerarquía militar colombiana, a los académicos y formadores de las academias militares del país, les dio igual que Alexis López hubiera tomado su materia prima sesgada, fuera de contexto, tergiversado en su sentido y retorcido en su propósito. Su marco teórico encaja perfectamente en una tradición de violación de los derechos humanos y una doctrina de tratamiento militar del conflicto social, que viene desde principios del siglo XX. (4)
Durante las negociaciones de paz con las FARC (2012-2016) la Escuela Superior de Guerra teorizaba sobre los posibles futuros escenarios de una Colombia sin guerrilla. Proyectaron que el escenario más probable era uno donde el declive de la actividad político-militar insurgente sería eventualmente sustituida por un aumento en la actividad político-social. En buen romance, que la amenaza que significa la insurgencia armada sería sustituida por una insurgencia social. Por tanto, las FF.AA. tendrían que hacer los necesarios ajustes tácticos y operativos para enfrentar las nuevas formas y expresiones del “enemigo interno.”
En la década de los 1950, en medio de la persecución conservadora contra campesinos pobres y una intelectualidad progresista liberal – aquellos que querían una reforma agraria y un estado laico- la Iglesia, por boca del siniestro (y ya canonizado por el Vaticano) Monseñor Builes, dictaminó que “no era pecado matar liberales.” De ahí, a que no era pecado matar a comunistas o apenas opositores progresistas, era sólo un suspiro. Esta concepción criminal del tratamiento de la protesta, se nutrió de la larga tradición goda de la oligarquía, anquilosada en un profundo racismo y patriarcalismo.
La naturaleza contrainsurgente de la clase dominante colombiana viene de larga data. La oligarquía colombiana ha perseguido perpetuamente a un enemigo al que bautiza con distintos rostros de acuerdo a las coyunturas políticas: liberal, comunista, guerrillera, indio, negro, mujer, pueblo vándalo, terrorista. A fin de cuentas, siempre ha sido el fantasma del pueblo diverso el que trasnocha a la oligarquía. Calvo Ospina, hace pocos días, en el marco del levantamiento de este nuevo Paro Nacional, escribió lo siguiente:
“Colombia es un régimen en guerra permanente contra su población desde comienzos del siglo XIX. Ello empezó apenas el venezolano Simón Bolívar dejó el poder en Bogotá, al verse traicionado y en camino de ser asesinado.”
La salida a las calles de Cali de “civiles” armados a matar indios, con el apoyo y protección de la policía, es una expresión más de una guerra centenaria en contra del pueblo. Lo único que ha cambiado es el argumento, la táctica. La guerra ha sido la forma predilecta de acumular poder, acumular riqueza, controlar poblaciones y territorios. Es la verdadera cara del régimen, aparentemente democrático.
Referencias
(1) Informe conjunto de Temblores e Indepaz. 8 de Mayo de 2021.
(2) “Terrorismo de baja intensidad”, Duque sobre violencia en el paro. Tomado de https://360radio.com.co/terrorismo-duque-sobre-violencia-en-el-paro/
(3) Clara Bleda, reseña de La revolución Molecular de Felix Guattari. Errata naturae, Madrid, 2017,
568 páginas.
(4) Para un análisis más amplio de la doctrina militar en el tratamiento de la protesta ver: La “asistencia militar”, ¿preludio del Estado de Sitio, y la urbanización del conflicto?. Cedins.org