Jóvenes trabajadores: competencia e injusticia social
Este relato hace parte de la investigación “Jóvenes y precarización laboral en Bogotá. Cambios en el mundo del trabajo en el contexto neoliberal”, próximo a publicarse por parte de Cedins.
Stephany es una de las voces que llaman desde un Call Center para recuperar cartera, uno de los empleos que más ha crecido en el país y que más jóvenes vincula. Nacida en un barrio popular de Bogotá, hace parte de una familia donde todos trabajan: su papá como guardia de seguridad y su mamá en una empresa familiar como operaria de máquina; “decidí entrar a trabajar para pagarme mis estudios y mis papás me apoyan en eso”, dice convencida.
Stephany trabaja por el mínimo, pero sus horarios son intensos: “mi tiempo varía mucho, salgo a las cuatro de la mañana a trabajar y llego a eso de las once de la noche. Los sábados y domingos me toca con agenda atender otras cosas como trabajos de la universidad, entre otras”.
En el Call Center la competencia y la presión son fuertes: “laboro ocho horas diarias y me gano un mínimo, pero si yo recupero cartera me dan un incentivo, por eso es que hay la competencia, todos procuramos recuperar cartera”. Dentro del lugar de trabajo no hay tiempo que perder, el que se descuida es arrollado por sus propios compañeros de trabajo: “si queremos salir adelante, desafortunadamente a veces, tenemos que pasar por encima del otro”, dice con cierta tristeza.
Stephany estudia Ingeniería Industrial en jornada nocturna y cierto idealismo anima sus proyectos. Ella quisiera ser algún día gerente de recursos humanos y desde ahí corregir las injusticias que ha visto en abundancia en sus pocos años de vida laboral. “Todo se relaciona con mi vida personal: estudio Ingeniería Industrial porque con ello estoy al lado de la gente”. Muy especialmente la impactaron los problemas laborales de su mamá: “al ver llegar a mi madre llorando, por que ha sido maltratada por un supervisor, pensé en que se deberían dar condiciones óptimas a un obrero”.
Desde siempre Stephany ha visto a sus padres trabajar en las condiciones de injusticia del empleo precario: “desde muy niña nos llevaban en navidad a la fábrica donde trabajaba mi madre. Ahí conocí la producción de la cual me enamoré, pero también conocí las injusticias. Veía a mi madre llegar en condiciones físicas lamentables. Mi madre trabajaba hasta doce horas, de pie, se quemaba las manos como operaria. Después en casa mi madre me comentaba que tratan a los trabajadores como burros, no hay vacaciones, ni descansos de festivos”.
Stephany sabe que en la organización de los trabajadores y trabajadoras hay una luz de esperanza y justicia. Se anima cuando habla de la posibilidad de organizar un sindicato “para darle voz a los trabajadores; eso si hay que informar, porque la gente sale a protestar pero solo un 50% saben por qué”. Para hacer los cambios que se requieren “hay que tener raíces, teoría y no nos puedan detener”.
Fuera de los sitios de trabajo los y las jóvenes se ven otra vez como iguales, ya no están compitiendo y pueden pasar un rato juntos. Stephany analiza críticamente a sus compañeros ya que “no todos buscan seguir estudiando y se ubican en una zona de confort”. Ella piensa que la educación es un medio adecuado para salir adelante.
Frente a sus derechos sabe lo básico: qué tipo de contrato tiene y los horarios. Quisiera saber más de sindicalismo “pero actualmente muchos no sabemos como jóvenes qué es un sindicato o cómo fue que las personas mayores vivieron esa etapa y lucharon por esos derechos, pero como jóvenes somos ignorantes frente al tema”.
Stephany tiene, al igual que muchos de nuestros entrevistados una fuerte sensibilidad social, antes de despedirnos manifiesta que “hay que pararnos al frente, hay que exigir, pero con bases. No debemos dejarnos tumbar fácilmente, debemos juntarnos y hay que sentir el dolor de comunidad.”