La paz, siempre la Paz.
Por estos días se vuelve a hablar de paz, de acuerdos humanitarios y de solución política. Numerosas organizaciones sociales, las plataformas de derechos humanos, excombatientes de las guerrillas, grupos de académicos, la iglesia, la insurgencia, hablan de paz. Pero, paradójicamente, el principal actor del conflicto social y armado que vive Colombia, el Estado, en cabeza del Presidente de la República y sus fuerzas militares, se muestra reticente a emprender alguna acción al respecto.
Al analizar los discursos y expresiones de estos sectores se puede ver que las posiciones están aún más lejanas que en procesos anteriores. Por un lado el gobierno hoy en cabeza de Juan Manuel Santos, insiste en que sólo es posible iniciar diálogos si la insurgencia da muestras unilaterales, deja las armas y se somete a la justicia. Es obvio que este tipo de posturas solo buscan empatanar cualquier debate o salida seria de solución política, ya que de entrada no reconocen las causas del conflicto, alrededor de las cuales ya hay consensos basados en investigaciones históricas, que las ubican en las contradicciones sociales, económicas y políticas estructurales de la sociedad colombiana.
Mientras tanto la guerra sigue su marcha y esa si crece y se multiplica. La estrategia del ex presidente Uribe de ocultar el conflicto se ha agotado y hoy sale con toda su crudeza: decenas de soldados y guerrilleros mueren, la población civil sufre los bombardeos, los enfrentamientos y el desplazamiento forzado, las amenazas a defensores de derechos humanos y sindicalistas crecen.
Por su parte las insurgencias armadas han hecho pronunciamientos que podrían distensionar las posturas, pero que son calificadas por el gobierno como circos y también por algunos grupos de intelectuales y columnistas de opinión, como insuficientes o ridículas. Las Farc han manifestado de forma reiterada su disposición de diálogo y como muestra unilateral han decidido renunciar al secuestro con fines económicos, el Eln, por su parte ha propuesto una tregua bilateral; ninguna de esas propuestas ha sido valorada y recogida por el gobierno. La insurgencia también está hablando de diálogos sin condiciones.
Todo esto nos indica que estamos en una especie de callejón sin salida: se habla de paz, pero no se habilitan las voluntades, los medios, los espacios para hacerla realidad. Se habla de paz, pero la guerra se extiende. Mientras se esquiva la posibilidad de la paz, el gobierno le echa gasolina al conflicto con la firma de los TLCs, con sus leyes del despojo, con la desbordada militarización de la vida social, política de seguridad del cuadrante. La oscura noche pareciera no tener por el momento una luz de esperanza.
¿Y las organizaciones sociales qué?
Un camino que puede ayudar a salir del atolladero es el de las organizaciones sociales. El año pasado se reunieron en Barrancabermeja más de 15.000 campesinos, indígenas, afro descendientes y pobladores rurales, buscando salidas a la guerra. Luego otros tantos miles lo hicieron en Cali, durante el Congreso de Tierras y uno de los temas centrales fue la guerra y la paz. Por otra parte acaba de terminar en Suiza un Encuentro por la paz de Colombia.
En todos estos espacios se han hecho propuestas de fondo y de salida al conflicto. La legitimidad de estos espacios es que surge de la gente directamente afectada y organizada y por ahí es el camino. En estos espacios es donde se entiende que la paz y la solución política pasa necesariamente por resolver el problema de la tierra, del trabajo digno, del narcotráfico, de las locomotoras extractivas, de la reforma urbana.
Las formulas de negociaciones bilaterales entre insurgencia y gobierno, además de estar empantanadas, son formulas medianamente agotadas y por ello los procesos sociales deben tomar la iniciativa y convocar al conjunto de la sociedad no solo a hablar de paz, sino hacerla realidad. Para ello habrá no solo que proponer, sino también movilizarse.
¿Quién más que la CUT y sus sindicatos para hablar de paz, trabajo y economía? El conflicto social y armado y su expresión en la guerra, lo hemos vivido en carne propia: asesinatos de dirigentes y afiliados, exilio, precarización y tercerización, destrucción de sindicatos son solo una muestra de lo que padecemos y por ello somos los legítimamente llamados a hablar de paz.
Por eso, mientras suenan los gritos de guerra en campos y ciudades, desde la CUT debemos llamar a campesinos, indígenas, afrodescendientes, estudiantes, mujeres, partidos políticos a que hablemos y nos movilicemos por la paz. Los escenarios y acciones contempladas en nuestra agenda deben ser aprovechados para motivar esta reflexión. La Cumbre de los pueblos de abril, el primero de mayo, el Encuentro de procesos populares de junio, son los espacios para que la CUT retome el liderazgo en el tema de la paz.
Hay tres llaves de la paz, que abren la urna triclave para parar la guerra y el terrorismo; la sociedad civil tiene la primera para exigir a los actores en confrontación parar la guerra, el pueblo debe exigir al gobierno que cumpla la constitución política, es el único responsable de garantizar la paz pero no el único que se apropie de ella; la insurgencia debe seguir dando muestras políticas de que toda su lucha ha sido por la paz y debe buscarla; el gobierno debe ser real al frente de un Estado que demanda cambios y no jugar en la estrategia mediática con los anhelos del pueblo colombiano.
Desde la CUT tenemos la voluntad política de jalonar y propiciar un proceso incluyente a nivel nacional e internacional para que la paz y el bienestar en Colombia sea una realidad que dé felicidad al ser humano y su entorno.
Domingo Tovar Arrieta es Secretario General de la Central Unitaria de Trabajadores CUT, Colombia