Dimensión energética de la crisis alimentaria
Por: Freddy Díaz
Recientemente la crisis energética ha ocupado parte de las agendas tanto de los Estados y las instituciones capitalistas, como de las organizaciones sociales y políticas populares. Para cada caso por razones diferentes, pero con la urgencia de afrontarla. En el caso de los Estados y capitalistas, buscan seguir acumulando y generando ganancias desde la misma crisis, pero además, y quizá la razón más importante, porque saben que sin energía es imposible la producción, y por tanto será imposible la expansión y el mantenimiento del capitalismo. Para los movimientos y organizaciones populares porque entienden que la vida planetaria depende de otra gestión de la energía y deben buscar salidas a la vez realistas y transformadoras.
Pero ¿hay salidas? Es fundamental tener presente que la Tierra es un sistema abierto que intercambia materiales y energía con el universo y que de una u otra manera todas las formas de energía y todos los energéticos que se consumen en el planeta dependen del sol.
El llamado modo de vida occidental se sustenta en buena medida en el consumo masivo de combustibles fósiles, porque todo su modelo industrial es fosildependiente; además se concibe el consumo de energía como generador de estatus, y por ello la pulsión por comprar, y desechar a la mayor velocidad, aparatos cada vez más demandantes de energía.
A partir de esa lógica se puede entender la crisis alimentaria planetaria y la relación directa entre los alimentos y los hidrocarburos. En esa dirección los precios de los primeros fluctuarán de acuerdo al mercado energético y continuarán sin satisfacer las necesidades en el planeta.
Según GRAIN (2021), recogiendo datos de la FAO, el 30% de la energía producida en el planeta se destina al sistema alimentario. Energía que en su gran mayoría proviene del petróleo y el gas para, entre otras cosas, sintetizar pesticidas, producir fertilizantes nitrogenados, proceso en el cual el gas es esencial ya que sin él es imposible producir amoniaco, y alrededor del 90% del amoniaco producido se usa en fertilizantes.
Bajo ese rápido panorama es importante traer a colación la guerra Rusia – Ucrania, porque, aunque geográficamente se vea lejana, sus implicaciones no conocen de geografía y se han sentido en todo el planeta.
Los impactos de esta guerra tienen que ver con los bienes naturales con los que cuentan estos países y por lo que significan ellos dentro de la geopolítica, el comercio global y las disputas entre imperios.
Para esta reflexión es de interés resaltar que el 43% del gas natural que se consume en el planeta lo provee Rusia; del promedio de 100 millones de barriles diarios que se extraen en el mundo Rusia aporta cerca de cuatro millones y medio (El País, 2022), así mismo, es la responsable del 15% del comercio de fertilizantes nitrogenados y 17% de los potásicos (DW, 2022) por sus grandes yacimientos de fosfatos y potasa, pero además porque Bielorrusia, su socio comercial y político, cuenta también con grandes yacimientos dentro de su territorio. Todo ello convierte a ese país en el mayor exportador de fertilizantes en el mundo (ver imagen 1).
Como adenda se debe resaltar que, con la anexión de Crimea, Rusia se hizo también a las reservas de gas offshore que posee la península.
Imagen 1. Exportaciones mundiales de fertilizantes
Para el caso ucraniano, aunque cuente con grandes fuentes de energía, en este país el interés gira en torno a otros bienes naturales. En concreto a la capacidad que tiene de producción alimentaria, pues este país produce y exporta grandes cantidades de girasol y su aceite, cebada, maíz, papa, centeno y trigo (Infobae, 2022).
La confrontación armada que rápidamente tomó también dimensiones económicas por medio de sanciones, profundizó la crisis alimentaria en el planeta no sólo porque el belicismo se traduciría tarde o temprano en la disminución de la producción de alimentos ucranianos, sino porque además la alta dependencia global de agroquímicos ha significado un golpe para la agroindustria, pero también para la pequeña producción de alimentos, pues ante el panorama de escasez y la incertidumbre frente a qué ocurrirá con su producción, los precios continuaron con la tendencia al alza que traían de tiempo atrás; ese incremento terminará, como siempre en la economía capitalista, trasladándose hacia los consumidores.
Ese panorama ahonda las ya de por sí enormes desigualdades socioeconómicas en el mundo en al menos dos niveles:
El primero de ellos será la concentración de alimentos que harán los países del norte global para garantizar su demanda interna, lo que repercutirá en el segundo nivel; esa monopolización de alimentos hará que los precios aumenten aún más, por lo tanto los sectores populares tendrán grandes dificultades para acceder a alimentos en las cantidades y cualidades necesarias para vivir, empeorando de esa forma los niveles de hambre que dejó la pandemia.
Así pues, lo que empieza como un problema surgido, en parte, por la imposibilidad energética de generar los medios necesarios para la producción convencional de alimentos, termina en el impedimento para que se pueda consumir la cantidad adecuada de calorías.
La dimensión energética también tiene una fuerte relación con la emergencia climática que vive la humanidad hoy en día. El sistema global de alimentos genera aproximadamente el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero, estas emisiones provienen de la deforestación que libera dióxido de carbono y óxido nitroso, la ganadería y la producción industrial de arroz que generan metano, la quema de combustibles fósiles para la producción y la cadena de suministro y producción y el uso de fertilizantes y otros agroquímicos responsables de generar metano, dióxido de carbono y óxido nitroso (Clark, M. A., Domingo, N. G. G., Colgan, K., Thakrar, S. K., Tilman, D., Lynch, J., Hill, J. D., 2020).
Lo anterior demuestra una vez más que el planeta es interdependiente y ecodependiente, y permite explicar que el cambio climático ha reducido desde 1961 la productividad de la producción agrícola en 21% en promedio a nivel mundial, pero siendo más grave en lugares como América Latina (Ortiz-Bobea, A., Ault, T.R., Carrillo, C.M. et al.).
Queda en evidencia lo vulnerable que es el sistema alimentario que el capitalismo ha modelado e implementado; sin lugar a dudas una guerra, aunque geográficamente concentrada, puede poner en riesgo el suministro de alimentos de una buena parte de la humanidad por la alta dependencia que tiene la economía actual de las fuentes fósiles.
Ello merece algunos comentarios de cierre:
● Es urgente incorporar a las discusiones y propuestas que se tiene frente a la emergencia climática y la crisis alimentaria, pues entre ambas se nutren y profundizan. Como se mencionaba líneas atrás, el hambre que se vive en la Tierra tiene como centralidad falta de interés político para solucionarla, pero considerar ese como el único elemento responsable sería desconocer la multiplicidad de factores que inciden en la producción de alimentos.
● Pretender construir la transición energética solamente pensando en la electricidad será la premonición de un enorme fracaso. La electricidad es sólo una de las formas en las que se presenta la energía; no incorporar a la propuesta esas otras formas y usos no eléctricos terminarán por crear una apuesta bastante incompleta e insuficiente para el reto planetario. En esa vía, urge concebir a la energía como un medio de producción con el fin de disputarlo en ese mismo sentido.
● Los movimientos sociales y políticos deben impulsar la agroecología, no la producción orgánica, como la forma de producción alimentaria adecuada y justa para no sólo garantizar alimentos de calidad, sino además garantizar la cantidad necesaria. Para ello deben demostrar la viabilidad de la propuesta agroecológica, tanto la política-ideológica, como la productiva. Demostrar que la agroecología puede eliminar la dependencia de los hidrocarburos en los circuitos agroalimentarios, que puede ayudar a proteger y regenerar ecosistemas y que garantiza la cantidad y calidad de alimentos que requiere la población, sería una victoria inconmensurable.
● Finalmente, si la emergencia sanitaria generada por el Covid-19 no se logró asumir ni superar como especie, es momento que las crisis climática, ecológica y alimentaria sean asumidas como clase como única forma real de superarlas.
Es el tiempo de los pueblos.
Referencias
● Bloomberg Línea. (2022). La guerra hace subir el precio de fertilizantes y hay temor en LaTam por faltantes.
● Clark, M. A., Domingo, N. G. G., Colgan, K., Thakrar, S. K., Tilman, D., Lynch, J., … Hill, J. D. (2020). Global food system emissions could preclude achieving the 1.5° and 2°C climate change targets. Science, 370(6517), 705–708. doi:10.1126/science.aba7357.
● DW. (2022). La dependencia de fertilizantes rusos afecta a la agricultura mundial.
● El País. (2022). La guerra de los metales, la energía, las materias primas y la tecnología.
● Grain. (2021). El sistema alimentario mundial: Un derroche de energía.
● Infobae. (2022). ¿Por qué Ucrania es importante? Un país clave en la agricultura, reservas de minerales y gas.
● Ortiz-Bobea, A., Ault, T.R., Carrillo, C.M. et al. Anthropogenic climate change has slowed global agricultural productivity growth. Nat. Clim. Chang. 11, 306–312 (2021). https://doi.org/10.1038/s41558-021-01000-1