Hicimos del sindicato una escuela. (Presentación en Medellín)
Hicimos del sindicato una escuela. Movimiento sindical independiente en Colombia (1960 -1986)
Presentación de Santiago Salinas, Equipo Sindical Cedins, en el Encuentro por la memoria del movimiento obrero, Medellín, 4 de septiembre de 2019.
Me han invitado a este panel con la idea de que realice la reseña del libro “ Hicimos del sindicato una escuela”. En vista de que les entregaran un libro al final, no planeo resumir de forma alguna los contenidos, en lugar de ello pretendo presentar una especie de degustación, un trailer, si así se le quiere llamar.
Soy escéptico de la existencia de una palabra capaz de caracterizar el tiempo presente, pero, sin lugar a dudas, son tiempos de cambio; el cambio que necesitamos se debate entre nuestra apuesta decidida por lograrlo y la resignación. Si algo encontramos en este libro es un discurso en contra de la resignación, por donde se mire, si se mira bien, si se mira con valentía, se alcanza a ver que por todo lado hay señales de cambio, no solo climático.
Mientras el sistema angustiado, agobiado por su impúdica acumulación y devastación del ambiente recurre a la vieja fórmula del fascismo para alargar su vida útil, algunos entre nosotros caminan cabizbajos musitando que todo está perdido, pateando, sin darse cuenta, fragmentos del viejo orden que se desmorona, pensando que la pelea hoy solo se puede dar por migajas y boronas.
Mi primera impresión al leerlo fue una impresión profunda, como un aroma, algo así como el olor de la madera que arde, olor a salón de juntas atestado de gentes, olía a marcha a protesta, a huelga, a barriada. En fin olía a sudor y rebeldía que siempre trae de suyo el olor a valentía.
Entenderán, por mi ausencia de canas y exceso de cabello, que no viví en ese tiempo, y que, no obstante, ese tiempo dio las condiciones de oportunidad para este singular presente; el sindicalismo independiente y clasista sentó las bases de muchos movimientos sociales que existen hoy día y perfiló el contorno ideológico en el que verían las primeras luces las actuales centrales obreras.
El hecho de que sea una generación distinta la que esté aquí sentada hablándoles de las gestas pasadas, debería bastar para que nunca más volvieran a agachar la cabeza. El legado de la lucha, la herencia de las bregas está presente aquí y allá, basta mirar el texto o mirar la ciudad dos veces, estoy seguro que algún muro se los recordará. Aunque como ocurre con frecuencia, quienes se encuentran haciendo historia no suelen percatarse de que está dando pasos en la inmortalidad.
No pretendo y no podría engañarlos con la imagen de un tiempo pasado de mejores aires y más nobles hombres y mujeres, ustedes, los que estuvieron allí, recordarán lo agridulce de los tiempos, de los debates y las decisiones, de los re encuentros y partidas. Una historia de solo aciertos y victorias es un cuento para dormir, una ensoñación y nada más, en “Hicimos del sindicato una escuela” también hay cuota de desaciertos y derrotas, siempre con la advertencia de que la única derrota contundente es aquella de la que no aprendemos nada.
El libro nos lleva desde los primeros pasos a la saga de Raúl Eduardo Mahecha, con manos engrasadas tras la huelga en contra de la TROCO saltamos de página, recorriendo los orígenes comunes, haciendo genealogía de las divisiones y discusiones que vieron nacer el sindicalismo independiente y clasista.
De forma apresurada recorremos los esfuerzos patronales aletargadores a los impulsos gobiernistas manipuladores, de las manipulaciones religiosas a la pugna por una identidad propia de los obreros, nos recuerda con espejo de ironía como lo que antes fue una estrategia de ruptura de la unidad de los obreros hoy se ha re inventado para atormentarnos una vez más.
El ejemplo más fuerte de estos males que se reinventan fue la llamada doctrina social de la iglesia, que en ese entonces, en profunda comunión con el poder gubernamental y los patronos se sirvió de promover en su confederación, la UTC, estrategias inmovilizadoras de cualquier transformación; insistieron en la exclusividad sectorial a la hora de negociar garantías y derechos, realizaban un llamado permanente a la no confrontación de clases, y enajenaban los logros en la lucha; siempre eran dádiva de otros, nunca victoria de nosotros, eran los políticos, los clérigos, las leyes las que otorgaban, nosotros nunca ganábamos nada, nos intentaban hacer creer que siempre se les caía algo de la mesa y que eso era lo que recibíamos. Este discurso en boca de un sector de la iglesia sirvió para contener los ánimos de cambio entre los trabajadores, en algunos puntos de la narración parece que se habla directamente de nuestros días y toca volver un poco en las páginas, recapitular, para no confundir los viejos males con los vigentes.
Durante todo el libro los nombres se asoman entre las hojas, Lucho, Mario, Chucho, Tulio, Martin, Alvaro, Edgar, Guillermo, Bertina, Pacho, Nelson, Efrain… otros. Esos nombres siempre familiares, de rostros desconocidos y palabras ciertas, descritos en unas cortas líneas, hablan de luchas, de ideas, de clases, hablan de ustedes allá y de mi aquí, de ustedes entonces y de nosotros ahora. Nos recuerdan que todas las historias están hechas de nombres, de personas queridas, de ausentes y de heridas. Todos tenemos un alguien que no está, un compañero una compañera de bregas, esa persona que honramos cuando luchamos, cuando marchamos y protestamos, ese motor profundo en la defensa de los trabajadores que se ha alimentado de todos aquellos que han dado un paso adelante o han empuñado una idea hasta sus últimas consecuencias.
El camino del sindicalismo independiente no fue pues otra cosa que un camino propio, para dar sentido a algo que vivíamos pero no comprendíamos, era independiente en tanto se sacudía del estado, la religión y partidos políticos. Surge como una respuesta al momento de crisis de las grandes agrupaciones sindicales de la época.
Buscaba responder a la frustración de quienes se sentían traicionados por las organizaciones que decían representarlos en sus anhelos de cambio, mantenía por supuesto en su centralidad la pugna por las mejoras de las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras, el control de ritmos laborales y el aumento salarial, y por el otro, consciente de que el universo de los trabajadores era limitado para el tamaño de las aspiraciones de cambio, buscaba acumular fuerza social para un viraje integral, una revolución.
El movimiento del sindicalismo independiente está signado por la creatividad, el cambio de las formas y la pluralidad de actores: Obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales. La unidad por la base y la omnipresencia de la formación, todos los escenarios eran pedagógicos, todos eran espacios de enseñanza y aprendizaje, la ideología estaba presente, no como retórica sino como práctica consciente, allí era el lugar de la solidaridad
La dimensión de la solidaridad descrita en el libro interpela la visión limitada y en muchos casos acomodada que rodea la labor sindical contemporánea, la solidaridad se ha ido vaciando paulatinamente de contenido para convertirse en el eufemismo que representa un aporte económico, una solicitud de dinero. Los sindicatos y con ellos el sindicalismo, se ha ido cerrando sobre sí mismo y vemos con angustia que este cierre amenaza convertirse en una implosión; cada vez el sindicalismo representa reductos mas pequeños de la población trabajadora que a la luz del escenario actual de precarización laboral parecen y lo peor de todo, creen, ser los afortunados.
El sindicalismo independiente trae, como un eco desde pasado, la reminiscencia de la necesidad de la unidad por la base y con otros sectores, la urgencia de la democracia y la vigencia del compromiso, las imágenes del libro ponen de presente una disputa laboral en la que la familia apoya al trabajador sindicalizado, acompañándole durante la toma de la empresa, o el bloqueo a la compañía, nos habla de una extensión profunda en el entendimiento de las pugnas. No hay distinción entre el espacio doméstico y el laboral , el sindicalismo de la época entiende esto y lo traduce en prácticas que vinculan las familias, esposas, hijos e hijas en la pugna por mejores condiciones de vida, los sindicalistas de la época se hacen presentes en las luchas de los tugurianos, en las marchas campesinas y de otros gremios, en las gestas de los estudiantes, están allí en carne y hueso , como un discurso vivido, como una palabra que camina.
No se trataba en ese entonces de la consideración de si el estado permite o no la huelga de solidaridad, más de la solidaridad como vivencia; en la huelga de sintracoltabaco se resalta cómo los mismos trabajadores hipotecaron sus casas para financiar la huelga y como el pago de estas hipotecas fue luego correspondido por el sindicato. En algún punto del río de la historia dejamos que nos arrebataran la confianza en que luchando alcanzaremos algo como lo hemos hecho antes. Un artículo de 1985 donde se relacionan los empleados con más alta remuneración y mejores auxilios educativos constata esta afirmación; la presencia de los sindicatos independientes es notable en la lista de aquellos que gozan de mejores oportunidades de vida.
No se trata pues de reducir la medida del éxito a la recopilación de ventajas económicas ganadas, si fuere preciso citar un logro del sindicalismo independiente y clasista sería su prolífica expresión cultural, el entendimiento de la estética desde paradigmas revolucionarios como una forma de comunicar las ideas se encuentra en el corazón de la conexión con los demás sectores, la capacidad de transmitir sus luchas en la música , en los afiches, en la poesía, conectaba a un nivel sensible la pelea de los trabajadores con las demás personas, esta apuesta estética, reivindicativa de la condición obrera, popular y de barriada transmite de forma transparente la identidad que se estaba forjando.
El orgullo de ser trabajador es producto del entendimiento de nuestra posición en la producción, mucho se ha hecho en el paso del tiempo por arrebatarnos esa posición consciente, ese poder obrero, que una vez enunciado se hace de una obviedad contundente, el saber hacer, el producir, es una labor del trabajador y de nadie más, producimos riqueza y así debemos entenderlo, el trabajo no es un favor de nadie por más que la precarización así nos lo quiera hacer creer, ni toda la burocracia, tecnificación o papeleo puede borrar de la realidad que somos los trabajadores los que transformamos los servicios, la materia prima en riqueza, que sin nosotros no hay producción. Es clave entender esta posición para no caer en la reverencia al patrón, al politiquero o al administrador, para no ocultar con vergüenza las manos maltratados, la ropa engrasada, los ojos cansados. Debemos ser capaces de sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho, de lo que hacemos y por quién lo hacemos, el país que conocemos lo hicieron trabajadores y lo saquearon otros.
Asumir con orgullo altivo nuestra posición de clase nos protege – como en aquel entonces- de las presiones que nos quieren dividir, nos protege de comernos el cuento de que al recibir un alto salario ya no somos clase obrera, o que nuestro interés es distinto, nos protege de montarnos en la nube de los cargos directivos, como si nuestro destino se pudiera separar del de los demás trabajadores, la urgencia de los tiempos lo pone de manifiesto la urgencia de estas premisas.
Han sido miles nuestras conquistas como clase, tantas como desaciertos, muchas de estas victorias constan en la ley, allí han sido consignadas, no por voluntad del legislador sino por fuerza de lucha y arte de brega. Nuestra desconexión con la memoria del movimiento ha contribuido en la confusión en la que han bebido oportunistas y politiqueros para hacernos creer que ellos han ganado algo para nosotros, En este camino se interpone el libro, “Hicimos del sindicato una escuela” salta al ruedo en la disputa por la memoria para recordarnos lo que hemos hecho como movimiento y lo que hicieron otros que prestaron sus hombros para que hoy estemos donde estamos. Abandonar la memoria de las luchas nos ha salido caro, dando el lugar central a diatribas interminables de juristas , leguleyos y abogados, que en una jerigonza incomprensible nos intentan explicar qué fue lo que ganamos pero cómo, de repente, se hace “jurídicamente inviable “ que lo podamos disfrutar, al menos no, sin que nos toque pagar unos razonables honorarios (lo sé porque soy abogado).
La memoria, oral, artística y afectiva, late en cada una de las líneas de este texto, que apunta, como toda reconstrucción del pasado a las tensiones del presente. Lamento decir que no hallaremos fórmulas o recetas para superar los retos actuales, no las hay. Pero encontrarán en él algunas claves de cómo superar este momento, a riesgo de arruinarles un poco la lectura les daré unas pistas de los imprescindibles para el futuro que pueden encontrar en la lectura: lo que viene requiere de todos,- obreros y no obreros, sindicalizados y no sindicalizados- , se hace con creatividad y pedagogía, y es algo que se hace en la calle, hombro con hombro. Como se hizo antes y de la misma manera que el viento es tan solo el movimiento del aire, la lucha es el movimiento del amor, es la forma como nos hacemos iguales en la práctica, como construimos en la diferencia, resistir es amor, es ese tipo de amor que bien podemos llamar eficaz.
Péguenle una leidita…. Gracias.
Datos editoriales:
Hicimos del sindicato una escuela: Movimiento Sindical Independiente en Colombia (1960-1986).
Autores:
Alfredo Burbano Narváez
Cristóbal Silva González
Elizabeth Martínez
Yolima Bedoya
Investigación y texto realizado por la Corporación para la Educación y la Investigación Popular – Instituto Nacional Sindical CEDINS, con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.
Diseño e impresión: Periferia, Medellín.
Excelente obra q hay q detallarla
Exelente hay q innovar cuando sea necesario pero siempre con la frente en alto