El barrio San Bernardo y los nuevos sujetos urbanos
Por: Equipo de Ciudad – Cedins (1) – Publicado en Desde Abajo edición 20 mayo -20 de junio
Si fuera por las breves miradas de quienes transitamos por la carrera décima o la Caracas, este sector, comprendido entre las calles primera y sexta (avenida de los Comuneros), provocaría temor, miedo o por lo menos incertidumbre, más aún por la estigmatización de que son objeto ciertos lugares urbanos. Pero recorrerlo nos dice más que la rápida visión desde el bus o el transmilenio.
Este recorrido inicia en la esquina de la calle primera con carrera décima. Bajamos hacia la Caracas y al frente vemos el abandonado Hospital San Juan de Dios. Entrando al barrio se levanta imponente colegio San Bernardo, el cual toma su nombre del Arzobispo de Bogotá durante el año 1916, Bernardo Herrera Restrepo; contrastando con el paisaje circundante se observan las palmeras de hojas amplias, entejados y ladrillos pulidos. Pocos saben que es la sede de un colegio privado y su fachada no concuerda con las casas de los años treinta y cuarenta que lo circundan. El nombre del barrio se cambió gracias a la presencia de la institución educativa, un actor relevante que hoy juega fuerte en la modernización y renovación urbana, ocupando más del 70% de una manzana, al tiempo que pretende comprar la totalidad de inmuebles de la misma.
En la esquina de la calle segunda con carrera trece, se encuentra una famosa lechonería, de concurrencia asidua por los bogotanos. Por esta carrera avanzamos hacia el norte en donde las fachadas de casas modernas, algunas cuidadas por sus dueños, otras descascaradas por el tiempo y la falta de mantenimiento, parecen indicar la formación de inquilinatos y marcan los lugares de resistencia, en donde sus dueños, muchos de ellos ancianos, luchan por su barrio.
En la esquina de la calle tercera con carrera trece se avizora el parque del barrio, remodelado recientemente, con máquinas para ejercicios y una cancha de baloncesto. Alrededor se ven las casas típicas de la arquitectura del San Bernardo y la parroquia de Nuestra Señora de Los Dolores. Es punto de encuentro tanto para sus habitantes como para las entidades del Distrito, que como la Secretaría de Salud, coordina la llegada de sus equipos a los hogares. El parque asemeja al barrio a los pequeños poblados: todo pasa por ahí.
Seguimos sumergiéndonos en ésta socavada partecita de la ciudad. Es evidente un gran deterioro físico y social y parece que las políticas públicas no llegan hasta aquí. Hay un valor poco tenido en cuenta y es la altura predominante de las casas, 3 a 5 pisos, que permiten mantener un punto de referencia importante para la ciudad como son los cerros orientales. Valor que puede perderse en la densificación en altura propuesta por la Alcaldía de Bogotá. De repente llegamos al conjunto residencial Campo David. La arquitectura cambia totalmente de casas a conjunto residencial. Nos cuentan que hace mucho tiempo aquí estuvo un asilo para mujeres. Este predio fue de la Beneficencia de Cundinamarca que ante su crisis ha vendido sus predios o genera alianzas con inmobiliarias para realizar este tipo de construcciones. Queda la pregunta: ¿dónde queda la misión de beneficencia? ¿quién se ocupa de los más pobres de la ciudad? Al llegar a la esquina de la calle cuarta con trece un grupo de muchachos baja de la denominada “olla”, vienen en su “viaje”, pasan sin advertirnos. No es casual el estado socio-espacial del barrio, pues pretende el Gobierno renovar el territorio con fines mercantilista, pero antes se aplica la consabida política de abandono y deterioro, lo cual se ve reflejado en su ausencia en cuanto a políticas públicas de vivienda, salud, seguridad, educación, entre otras.
Subimos por la calle cuarta. La imagen de un barrio tranquilo empieza a contrastar con el indigente durmiendo. Bajo las lonas sale el humo de las “pipas”. Los locales, algunos con mesas y música a todo volumen, muestran lugares oscuros, se ve el consumo de sustancias alucinógenas, el olor y humo del bazuco y marihuana empiezan a sentirse en el ambiente.
Llegando a la once vemos a la policía, apostados en una esquina hablando mientras la venta y consumo se hace en mitad de la calle. Un escenario para la realidad pura y dura: “las ollas”, una calle de lado a lado en donde se vive intensa y desmedidamente el efecto de casi cualquier droga y se obtiene placer a bajo costo, ¿patrocinado por quienes?. El Estado permite que prospere este deterioro generando en algunos casos desplazamiento de quienes no toleran la situación.
Giramos hacia el sur por la carrera once y el ambiente es de un mercado al aire libre. Puertas abiertas de las residencias, vendedores de la tradicional “picada”, un garaje con música a todo volumen y una mujer bailando en medio de la calle. Hacia la mitad de la cuadra todo empieza a cambiar, las carpinterías y almacenes de muebles, los call center aparecen. En una sola cuadra pasamos de un ambiente totalmente deteriorado a uno de comercio de muebles.
Caminamos hacia el sur. Una mujer anciana asomada en la puerta viendo como ese mundo que tiene a una cuadra se acerca cada vez más. Esta reflexión nos lleva a pensarnos, ¿cuáles son las dinámicas que hoy en día configuran la ciudad y como estas establecen nuevas lógicas de relacionamiento en los territorios, por esta razón es necesario iniciar un ejercicio de reconocimiento en la práctica de estas y como van configurando un nuevo sujeto en la ciudad
Al recorrer las calles del Barrio San Bernardo es común encontrar como las lógicas de los consumos fuera de la legalidad van ganando espacio, no solo en términos físicos sino en la configuración de nuevo tejido social que se basa en principios individualistas y de oferta y demanda. Son los mismos comportamientos de ese modelo de ciudad neoliberal que todos creemos conocer, pero que nos cuesta relacionar con el sistema o modelo al cual buscamos alternativas . Sin embargo, también se reconoce ese gran número trabajadores que conviven con estas lógicas de consumos fuera de la legalidad y que a su vez son la materia fundamental que sigue dando soporte al modelo económico de la ciudad neoliberal desde los consumos legales y la venta de fuerza de trabajo. Estas dos dinámicas tienen en común la configuración de sujetos sin sentido de pertenencia. Pero en ese mismo escenario también se encuentra a ese sujeto que cree y defiende desde su condición la posibilidad de hacer parte de ese sector económico de la ciudad al que tiene derecho, de gozar en las mismas condiciones de los grandes comerciantes e inversionistas: el pequeño comerciante o cuentapropista; su sentido de pertenencia con el territorio este mediado por la dinámica económica. Para terminar con un último actor que es el habitante nativo para el que es fundamental la permanencia en el territorio, pues este ha sido su espacio de encuentro relacionamiento y construcción como sujeto y reconoce esa permanencia como un derecho propio producto de las luchas históricas que hoy lo ubican aquí.
Esta reflexión podría llevarnos a pensar que la realidad nos enfrenta en lo concreto a un sujeto con múltiples y diversos intereses, que aparentemente no es posible armonizar; y por otro lado nos muestra como esas dinámicas de acumulación del capital tienen impactos concretos en la actualidad que van más allá de la consolidación de un modelo de ciudad excluyente y segregador, pues estas vienen configurando distintas formas de estar y ser en la ciudad.
En lo inmediato cabe entonces preguntarse: ¿Qué valor le atribuyen sus residentes y visitantes al barrio San Bernardo? Y ¿cómo hacer para que ese valor pueda prevalecer los intereses del capital?
(1) Agradecemos a Edgar Montenegro el haber compartido su conocimiento y visión de barrio para la elaboración de este artículo.