Ruana y cacerola en el #ParoNacional una alternativa colombiana al “Desarrollo rural ” burgues.
Los imaginarios dominantes sobre lo campesino y lo rural suelen expresarse en sentencias lapidarias como “la Ley es pa ́los de ruana”, “Peón con ruana ni para la comida gana”, “los perros solo muerden a los de ruana”, en estas prosas elitistas la figura de la ruana aparece desprestigiada, de poca valía. Este imaginario se instaló como parte del proyecto excluyente de nación elitista y oligárquica que durante el siglo XIX y XX construyeron las clases dominantes criollas, que luego modernizaron su discurso anticampesino con las teorías rostounianas del desarrollo. Hoy la ruana se ha convertido, gracias a la protesta popular, en símbolo de dignidad y rebeldía, en vehículo imaginario de resistencia y esperanza.
Juan Manuel Santos, en su intervención del 26 de agosto de 2013, al culminar una de las rondas de conversaciones con líderes agrarios del paro nacional iniciado el 19 de agosto planteaba que “los campesinos están como una de las prioridades de este gobierno”, además, para explicar por qué a su entender no había un paro nacional, afirmaba que: “La explicación de la frase es muy sencilla: ¿por qué no hay un paro nacional agrario? Porque no es nacional, sino está localizado en unos departamentos determinados y no es la totalidad del sector agrario, porque hemos venido, dentro de la política de ir solucionando los problemas, hablando con muchos sectores como el sector cafetero, como el sector arrocero, como el sector cacaotero, muchos sectores que no están participando en el paro. Pero de ninguna manera quería yo subestimar la importancia de los reclamos de los paperos, de los lecheros y por eso si fue mal interpretada mi frase o por haber dado ese ‘papayazo’ (…)”.
Santos tiene razón en que no son todos los sectores agrarios los que participan, ni todas las regiones, no están los floricultores, los inversionistas de agrocombustibles, los bananeros, en fin quienes más se han beneficiado de las políticas agrarias que favoren a los sectores vinculados con el modelo de agronegocio para exportación, aquellos sectores “consentidos” por el modelo de desarrollo excluyente. Los centros de la lucha campesina están en los sectores y regiones más afectados por el modelo. Los altiplanos cundiboyacense y nariñense, donde pequeños y medianos
agricultores de papá y campesinos lecheros padecen los efectos del TLC, el alto Magdalena (Huila), de los campesinos cafeteros, los valles interandinos de Santander y Antioquia de cultivadores de panela, frutas, así como zonas de colonización en Caquetá, todos estos sectores no se han beneficiado del sistema jerárquico y excluyente de negociación y trámite. De hecho el malestar agrario ha sido expresado por fuera de los grandes gremios tradicionales, no es la Federación Nacional de cafeteros, o la Sociedad de Agricultores de Colombia – SAC la que está en la conducción de la protesta. Al finalizar en mayo de 2013 el paro cafetero, el presidente de la SAC Rafael Mejía, planteaba que lo grave no era negociar, sino que las negociaciones se hicieran por “fuera de la institucionalidad”, es decir desconociendo a quienes históricamente se han atribuido la representación del conjunto de los intereses agrarios: las clases dominantes, los terratenientes y burgueses agrarios.
En esta retórica santista se apele a la categoría de campesinos, pero en las políticas agrarias del régimen los campesinos aparezcan como prioridad. Ni en la ley de restitución de tierras, ni en el plan nacional de desarrollo “Prosperidad para todos”, ni en los debates sobre desarrollo rural campesino, ni en las mesas de trabajo con inversionistas, la idea de lo campesino como una de las posibilidades no totalmente capitalista de habitar la ruralidad es contemplada y menos aceptada.
Para el gobierno de Santos, como para sus predecesores, así como para académicos asociados a estos gobiernos, el asunto ha sido, viabilizar un modelo de desarrollo agrario agrario en el que… de malas… hay buenos y malos, hay ganadores y perdedores, así es la vida, así es el camino de la prosperidad.
En realidad las políticas de desarrollo rural han venido generando a través de dinámicas de neoliberalismo de guerra una reducción de los bienes y disfrutes colectivos campesinos, de sus intercambios, solidaridades, formas de reciprocidad en economías mercantiles articuladas entre sí y con lo urbano. Se trata de una estrategia de modernización rural en que la población rural de transitar por la ruta del abandono a sus espacios colectivos sociales y culturales, por varias vías burguesas: la expulsión rural y su conversión en semiproletarios urbanos, o la subordinación al agronegocio formalizándose como individuos y propietarios en la sociedad rural burguesa.
El discurso del desarrollo rural: una matriz del pensamiento burgués de larga duración
Hace ya casi dos décadas Arturo Escobar (1996), analizó como se había instalado el régimen de discurso hegemónico del DESARROLLO, en el que no tienen cabida las sociedades campesinas, señaladas de tradicionales, atrasadas, carentes del espíritu del capitalismo y por ende inmaduras y propensas a ser atraídas por las fuerzas de la subversión.
Asociada a esta categoría apareció la de “desarrollo rural”, que es a la vez una forma de producción de conocimiento, una estrategia de intervención en las zonas rurales y una decisión geopolítica que orienta la ruta de expansión territorial de la inversión capitalista en el campo. Estas estrategias son constitutivas de las políticas del desarrollo, las cuales surgieron durante la década del 40, cuando organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional empezaron a nombrar las regiones de Asía, África y América Latina como regiones necesitadas de intervención por el “mundo avanzado”1
Sobre este discurso se ha establecido que dentro del mundo subdesarrollado, las áreas rurales son las más atrasadas económicamente, dispersas espacialmente, inestables políticamente, poco productivas y que requieren luego, dosis de “reforma agraria”. Esta lectura sobre lo rural justificó el diseño de políticas focalizadas en la modernización: en las décadas de 1950 y 1960 fue la “revolución verde” que asoció el desarrollo rural con las explotaciones agrícolas de
monocultivo en gran escala, apoyadas por una inversión estatal masiva financiada por los préstamos del Banco Mundial (BM), los cuales estaban dirigidos a la construcción de infraestructura física que permitiera realizar los objetivos mencionados.
Al comenzar la década de 1970, se agotaron las promesas de la Revolución Verde y las políticas de las agencias internacionales como el BM y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) reorientaron su estrategia hacia el “Desarrollo Rural Integrado” (DRI)2. Con esta estrategia se buscó estimular, por medio de créditos y de facilidades para la comercialización, a los “pequeños y medianos agricultores” para que se tecnificaran y aumentaran su producción. En el caso específico de Colombia surgieron instituciones como el Instituto Colombiano Agropecuario – ICA-, que dirigieron una parte de sus actividades hacia la modernización del sector agrícola de subsistencia, beneficiando a aquellos campesinos que tenían mejores ventajas comparativas sobre los demás (mejores tierras, proximidad a fuentes de agua o carreteras, etc.), marginando a los más pobres y agudizando la polarización existente en el campo.
Durante la presidencia de Robert McNamara3 en el Banco Mundial (1968-1981), se introdujo el lema de “combatir la pobreza” con el crecimiento exponencial de los créditos al desarrollo rural y la agricultura. En el marco de estas propuestas, en diferentes países del “tercer mundo”, incluyendo a Colombia, se diseñan programas escolares como huertas y cultivos integrados al currículo de la educación primaria, al tiempo que se incrementan los proyectos de alfabetización de adultos y la difusión de programas educativos por medios radiales y de televisión (Atchoarena y Gasperini 2004:74). En la década de 1980, los organismos internacionales incorporaron a la noción de desarrollo rural, los enfoques participativos y de equidad de género para configurar la noción de “Desarrollo Rural Sostenible”, el cual se encontraba articulado a la lucha contra la pobreza y el hambre, cooptando e institucionalizando los repertorios analíticos feministas sobre lo rural.
Según Mendes Pereira (2004) desde la década de 1990 se pone en juego una nueva lógica del desarrollo rural, guiada por el discurso hegemónico de la globalización imperialista en la que el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y los monopolios imperialistas que pretenden controlar la producción agropecuria imponen mercantilizar el acceso a la tierra, por medio del libre flujo de fuerza de trabajo en el campo, el estímulo a la inversión privada en la
economía rural y la integración subordinada de parcelas campesinas al circuito agroindustrial; por otro, aliviar de manera localizada la pobreza rural, especialmente en situaciones donde las tensiones sociales del campo puedan generar niveles “peligrosos” para la seguridad del capital privado y/o la estabilidad del orden político vigente, de ahí que las políticas de desarrollo rural estén integradas a su vez a las lógicas de represión y criminalización de los campesinos y de sus formas de acción colectiva. El endurecimiento de los órdenes de disciplinamiento campesino no
son una particularidad colombiana, están presentes a lo largo y ancho de América latina, por cuanto para los monopolios internacionales, los territorios campesinos son codiciados
¿De quiénes hablamos cuando hablamos de campesinos?
Ex directivo de la Ford Motor Company y ex Secretario de Estado durante la Guerra de Vietnam, se ganó una fama
mundial con su política de intensificación de este conflicto. Recompensado con el cargo de Presidente del Banco
Mundial, fue el artífice de un gran incremento, tanto en el número como en el monto de las operaciones de esta
institución.
Los sujetos sociales incluidos en la categoría teórica de campesinos, hoy constituyen una forma social específica en el interior de la totalidad social, establecida por las relaciones sociales capitalistas, diferenciada, pero en correspondencia con las relaciones hegemónicas instituidas entre capital y trabajo. Los campesinos tienen una forma de relación con la propiedad, con la naturaleza, con el capital y con el mercado, que determina características socioculturales singulares, constituyendo una totalidad económica, social, política y cultural específica. (Bonamigo, 2007).
La formación social del campesinado es un proceso histórico singular, que varía de un contexto a otro, de acuerdo con sus luchas y experiencias. Las zonas rurales de cada país latinoamericano expresan una diversidad de formas de ocupación de espacios y de formas de organización del trabajo, que incluyen actividades agrícolas, pecuarias, piscícolas, mineras o de agroindustria. Por esto, la construcción teórica de la categoría campesinos no es homogénea, pues no abarca un sujeto social con características y fronteras sociales claramente definidas, de donde se concluye
que sobre el concepto de campesino, no se encuentra un único rostro. Pueblos indígenas originarios, afrodescendientes, colonos, agricultores familiares de origen, mestizo, parceleros, jornaleros, arrendatarios, mineros artesanales, pescadores, son incluidos por numerosos autores como campesinos.
Carvalho (2005) propone para la comprensión de los sujetos rurales identificados como campesinos, aquella multiplicidad de sujetos sociales, que vive de su trabajo en la tierra y de la tierra, o en el campo y del campo, y que detentan, en mayor o menor grado, determinada propiedad sobre la tierra y sobre instrumentos de trabajo, así como diversas formas de relación e intercambio con la tierra. Se excluye de esta pluralidad de sujetos sociales campesinos a los latifundistas, a los dueños de agronegocios y megaproyectos rurales y a todos aquellos que explotan la fuerza de trabajo rural para hacer de la tierra, una tierra mercantilizada en función de la extranjerización y commodities agrarios del capital financiero especulativo y no tierra de trabajo.
Sobre estas relaciones sociales para vivir en y de la tierra, el campesinado, construye una identidad social, a partir de políticas de identidad que se reafirman en las luchas para permanecer en la tierra como campesinos, resistiendo la opresión y expropiación capitalistas. Esto constituye una economía moral del campesinado, en relación-tensión con el orden hegemónico capitalista, que configura rutinas, tiempos y ritmos de trabajo familiar y colectivo que varían de acuerdo con las formas de apropiación de la naturaleza, determinadas por la cultura, los saberes, los hábitos de
cultivo y crianza, la religiosidad, supersticiones, memorias sociales y por la correlación de fuerzas expresadas en la totalidad de la sociedad (Carvalho, 2005: 192).
El sociólogo brasileño Octavio Ianni (1988), considera además que esta cosmovisión de la vida campesina se construye en lazos comunitarios, que van más allá del apego a la tierra y a los modos de trabajar, conformando una totalidad que involucra misticismo, poética, economía, política y cultura, por eso la comunidad asume, en el contextos campesinos, una referencia social determinante de los comportamientos de las personas.
La organización campesina y la protesta campesina
En consecuencia con el discurso del desarrollo tanto la organización campesina, como la protesta rural ha sido leída y tratada desde las teorías funcionalistas, para quienes se trata de “anomalías” en el sistema social, las cuales tarde o temprano, producto de las leyes o la represión, son absorbidas y desactivadas, superando los peligros implicados en la carga disolvente de los inconformes. Esta teoría orienta la práctica de los gobiernos y sus fuerzas de represión. Como el pensamiento burgués funcionalista no permite comprender la riqueza de la movilización y la protesta se debe acudir a otros repertorios analíticos.
El historiador marxista George Rudé Para (1964 -) propone un esquema de análisis que supere los prejuicios y nociones que suponen que los pobres protestan por estar manipulados, infiltrados, o por que estallan en episodios de ira y violencia repentinos, espasmódicos. Nos posibilita 6 criterios a tener en cuenta: 1) Caracterizar el contexto histórico en el que se da la protesta popular; 2) determinar las dimensiones de las multitudes en lucha, cómo actúan, quiénes son sus promotores (si es que los hay), quiénes la componen y quién la conduce; 3) identificar quiénes
son el blanco de sus actividades; 4) descubrir cuáles son los objetivos, motivos e ideas subyacentes que la mueven; 5) estudiar la eficacia de las fuerzas de represión o las de la ley y el orden cuando se enfrentan a ella; y 6) exponer las secuencias de los hechos en que se ve envuelta y su significación histórica. En este texto no se trata de dar una respuesta a cada una de las 6 condiciones sugeridas por Rudé, sino una mirada de conjunto que situé históricamente el alcance y posibilidades del paro Nacional Agrario del 19 de Agosto.
En relación a las formas de acción colectiva de los sectores rurales, en el contexto colombiano, existe una amplia gama de organizaciones campesinas que se constituyen estructuran como: asociaciones, sindicatos agrarios, cooperativas, comités, ligas campesinas; con niveles diferenciados de articulación, que van desde experiencias locales hasta coordinaciones nacionales e internacionales, (Suhner; 2002). Teniendo en cuenta estas diferencias, las organizaciones
campesinas pueden abordarse desde las reflexiones presentadas para las organizaciones sociales en general, no obstante, su especificidad se refiere a que las políticas, (propósitos, relaciones, potencialidades), que las constituyen están ligadas a las demandas simbólicas y materiales de quienes se reconocen y son reconocidos socialmente como campesinos.
El Paro Agrario del 19 de agosto fue convocado desde diversas vertientes del nuevo movimiento
campesino colombiano.
De una parte el Movimiento de Dignidad Campesina que agrupa a Dignidad papera, Dignidad cebollera y Dignidad lechera de Boyacá Nariño, Cundinamarca y santanderes y se articula aunque con diferencias en la táctica, con Dignidad Cafetera. Si bien sectores cercanos al MOIR tienen influencia en las “dignidades”, muchos activistas se identifican como independientes de esta organización liderada por el senador Jorge Robledo. Según el analista Fernando Dorado
(2013), las “dignidades” representan los intereses de productores de café, cacao, papa, arroz, panela, algodoneros y ganaderos de diversas regiones. Su pliego se plantea la “defensa de la producción nacional” y no involucra para nada el tema de la tierra. Otros intereses de los campesinos pobres – que son la mayoría de los productores agropecuarios – no están plasmados en ese pliego. Así mismo, en las negociaciones con el gobierno durante el pasado paro cafetero se
le dio prioridad al tema del precio, que en una primera instancia benefició más que todo a los medianos y grandes productores de café.
Está también la Mesa Agraria de Interlocución y Acuerdo (MIA) que articula proyectos campesinos asociados a Fensuagro y Marcha Patriótica, con fuerza social en Huila, Caquetá. El Pliego recoge en su contenido puntos que interesan a los productores agropecuarios como la necesidad de precios de sustentación para sus productos, pero representa ante todo los intereses de colonos y campesinos pobres. Está allí representada otra visión sobre el desarrollo agrariobasado en la producción parcelaria del pequeño productor, que está en contravía al desarrollo agro-exportador que se ha impuesto en el país. Ese modelo agro-exportador ubica al campesino pobre y medio no como cultivador de productos alimentarios sino como “socio” subordinado a los grandes proyectos productivos dirigidos a la exportación, (Dorado, 2013)
Aparece igualmente las organizaciones vinculadas en el Coordinador Nacional Agrario CNA cuyas bases sociales están en Nariño, Cauca, Bolívar, Cundinamarca y Boyacá, se trata de la corriente campesina identificada como parte de la dinámica del Congreso de los Pueblos. El CNA cuestiona el modelo de concentración y extranjerización de la tierra, la expulsión de pequeños y medianos campesinos por ese proceso de extranjerización y se opone a la transformación de los ecosistemas campesinos y las reservas forestales en territorios de gran minería.
Las formas de la protesta campesina
Este paro ha tenido como principal forma de lucha el bloqueo de carreteras, según fuentes oficiales 37 carreteras de nueve departamentos fueron obstruidas. Los departamentos más afectados por esta modalidad han sido Boyacá, con “cierre total” en doce de sus carreteras, y el aislamiento de la capital Tunja, así como Nariño y Putumayo. Cundinamarca con bloqueos en las vías Zipaquirá-Sutatausa, Ubaté-Susa y Zipaquirá-Ubate, Usme – Bogotá, La calera Bogotá, Sibaté – Bogotá, que han hecho sentir a la población capitalina los efectos del paro en la producción de alimentos. También hay bloqueos en los departamentos de Caldas, Risaralda, Cauca, Santander, Norte de Santander, Huila, Caquetá. Antioquia, Arauca.
Los bloqueos y “disturbios” presentados cuentan con el consenso de la gente que participa, no se trata de acciones aisladas, sin objetivo y carentes de sentido. Bloquear las vías es perfectamente explicable. Frenar la circulación de mercancías y productos, mostrar que en la continuidad rutinaria campo – ciudad, la ausencia de lo campesino altera, distorsiona, desequilibra. Al visibilizar la inconformidad los campesinos en movimiento alteran lo que se presenta como
normalidad instituida, ficticia.
El escenario de la carretera traslada además el lugar de la política. La prensa oficial, los grandes gremios y el gobierno reclama que el escenario natural de la política es el Congreso de la República, pero los campesinos al tomarse las carreteras realizan un ejercicio democrático real, pues ponen en la esfera de lo público sus problemáticas, que son problemáticas del común, de la Nación, al tiempo que impugnan la debilidad y negativa del Estado neoliberal para brindar soluciones duraderas y de fondo.
La protesta ha creado en las calles, y de allí a los medios alternativos y las redes sociales otra forma de comunicación, ante las negativas y manipulaciones de los medios institucionales.
Además la protesta tiene la virtud de ser colectiva, rompe el canon burgués que le dice a los campesinos que el “conducto regular” es tramitar sus reclamos ante las impersonales e ineficaces instituciones gubernamentales. En la protesta la gente que participa se encuentra y construye un nosotros. En la medida en que la protesta campesina se ha sostenido, va dándole rostro al pueblo profundo de la nación y gana simpatía de sectores populares y medios urbanos, que con marchas, cacerolazos estrechan los vínculos poderosos de la solidaridad y el sentimiento de inconformidad
con el capitalismo.
Ruana y cacerola: hacia la unidad popular y la alianza urbano – rural
Es inédito en Colombia el cacerolazo urbano de apoyo a los campesinos. La forma de lucha del cacerolazo hace parte del repertorio simbólico de la inconformidad urbana en América Latina, se trata de un fenómeno social y político, usado por diferentes clases ante distintos gobiernos (de izquierda, centro o derecha) que reclaman con el uso de un instrumento de cocina, el derecho a comer. Las clases dominantes le temen al pueblo en las calles, y más al pueblo en las carreteras, pero sobre todo temen a la unidad popular del campo y la ciudad, de ahí que por medio de la
represión, la corrupción y el engaño buscan fragmentar e impedir esta unidad. La posibilidad de una transformación profunda, desde debajo de la sociedad colombiana no pasa por el escenario parlamentario, transita por el traslado de la política al territorio del pueblo, de ahí que lo que inaugura el paro agrario nacional y el cacerolazo nacional del 26 de agosto es la tarea de forjar la unidad del campo y la ciudad, de la ruana y la cacerola, como base de un nuevo
proyecto incluyente y soberano de nación.
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Referencias
ATCHOARENA, David y GASPERINI, Lavinia. (Comp.) 2004. Educación para el desarrollo rural: hacia nuevas respuestas de política. Estudio conjunto realizado por la FAO y la UNESCO. FAO. Roma.
BONAMIGO, C. (2007). Pedagogias que brotam da terra. Um estudo sobre práticas educativas do campo. Universidad Federal do Rio Grande do Sul. Porto Alegre.
CARVALHO. H. (2005). campesinato no s ́culo xxi: posibilidades condicionantes do desenvolvimento do campesinato no Brasil. Petrópolis: Vozes.
CEÑA, Felisa. “El desarrollo rural en sentido amplio”. En: Ramos R. Eduardo y Pedro Caldente y del Pozo. El desarrollo rural andaluz a las puertas del siglo XXI. Congresos y Jornadas. No. 32/ 93. Dirección General de Investigación, Tecnología y Formación Agroalimentaria y Pesquera. Consejería de Agricultura y Pesca. Junta de Andalucía. 1993.
DORADO, Fernando. “Las complejidades del Paro Nacional Agrario”. En: ALAI, América Latina en Movimiento. 2013-08-16. http://alainet.org/active/66493
ESCOBAR, Arturo. (1996) “La invención del tercer mundo. Construcción y reconstrucción del desarrollo”. Norma. Bogotá.
IANNI, Octavio. (1988) Imperialismo y Cultura de la Violencia en América Latina. Siglo XXI
Editores. México.
MENDES PEREIRA João Márcio. (2004). La política agraria contemporánea del Banco Mundial: objetivos, lógica y líneas de acción. http://www.icarrd.org/en/proposals/pagrariaBM.pdf
PEREZ CORREA, Edelmira y FARAH QUIJANO María Adelaida. Los Modelos de Desarrollo y las Funciones del Medio Rural en Colombia. Cuadernos de Desarrollo Rural. No. 49. Bogotá.
RUDÉ, George. (2009) La Multitud en la historia: los disturbios populares en Francia e Inglaterra (1730-1848). Siglo XXI, México.
SUHNER Stephan. (2002). Resistiendo al olvido: Tendencias recientes del
1 El concepto de Desarrollo Económico aparece como una subdisciplina académica en los años cincuenta, pero el
concepto de Desarrollo Rural surge como campo independiente del Desarrollo Económico en la década de los
setenta. Se configura no sólo como disciplina académica sino como línea de investigación y como fuente de
generación de políticas estratégicas específicas para el medio rural. (Ceña, 1993).
2.Es importante señalar que el DRI en Colombia hacia parte de El Plan Nacional de Alimentación y Nutrición – PAN
– (1975) cuyo objetivo era disminuir la desnutrición proteínico calórica de poblaciones objetivo (mujeres
embarazadas, madres lactantes, y niños menores de cinco años) y contribuir en la reducción de la mortalidad infantil
y de la morbilidad en general.