El grafitti como manifestación política
Por Lisbeth Montaña Erazo – CEDINS
“Las imágenes del pasado que no son reconocidas por el presente como una de sus propias preocupaciones amenazan con desaparecer de una manera irrecuperable”. Walter Benjamin
El graffiti ha sido considerado desde sus inicios, por ciertos organismos de control, como un acto vandálico que irrumpe en el orden social, amenazando con destruir la normalidad de la vida urbana, manchando con su indescifrable simbología el traje con el que se encuentra engalanada nuestra ciudad.
Partiendo de esta premisa, el graffiti ha creado dos clases de miradas: la mirada del opositor, del que se niega a aceptar un “Arte” tan ordinario y popular, pues “acabando con lo que tenemos no se arregla nada”; y está también la mirada del cómplice, de aquel que se satisface al observar lo que otro fue capaz de hacer a partir de un pensamiento que comparte plenamente.
Pero no podemos hablar de los observadores sin antes hablar de quien produce estas dos clases de miradas, de quien genera la contradicción entre ver al graffiti como una acto negativo en contra de la ciudad misma, y verlo como algo positivo que posibilita asumir una posición crítica frente a nuestra situación.
¿Quién es el graffitero?
El grafitero es un ser anónimo que cubre su identidad bajo el velo de la noche, es un mago que transforma una pared fría y sucia en un mundo nuevo lleno de color y vida, es también un profeta que anuncia la llegada de un futuro oscuro, es un verdugo que tortura nuestra mente con una realidad que no queremos aceptar.
Por otro lado podríamos decir, que el grafitero es un desocupado, un vago al que no le enseñaron que las cosas son para cuidarlas y que las paredes ¡No se rayan!, un inconforme que piensa que con un simple dibujo o con un ¿tonto? mensaje puede cambiar las cosas.
Ahora que tenemos sobre la mesa los dos lados de la balanza, abordaremos las siguientes preguntas: ¿Es el graffiti una manifestación política? ¿Existe dentro del graffiti algún tipo de narración? ¿Por qué expresarse con el graffiti y no con otra forma de expresión gráfica?
El graffiti un modo de expresión
Indudablemente, el graffiti es una de las formas de expresión gráfica más utilizadas actualmente por los jóvenes dentro de la ciudad, debido a la popularización que le han dado algunas de las culturas urbanas que hoy conocemos.
Pero si bien es cierto que grupos como los Hopers, o los skateboard se han apropiado de este medio para expresar sus ideas y por supuesto su identidad al mundo, no podemos olvidar que existen graffitis de todos los estilos, diseños y, por supuesto, temáticas.
Amor, religión, situación actual, venganza, política,… son algunos de los temas que vemos a diario por las calles de la ciudad adornando algunas paredes, o por el contrario, degradando la belleza de algún monumento histórico. He aquí las preguntas que muchos se han hecho y pocos han podido responderse: ¿Para qué? ¿Para fastidiar a alguien? ¿Para pasar el rato? ¿Para sentir la adrenalina del momento?
La respuesta a estas preguntas es muy sencilla: NO. El graffiti es un medio gráfico de expresión que se generó a partir de un intento por romper con la hegemonía del orden establecido desde el Estado. Su carácter es anónimo, generalmente, y el mensaje que transmite está marcado por la ideología de quien lo produce. Por esta razón, el graffiti es y será considerado siempre como una manifestación política, pues asume postura y busca espacio público para expresarla.
El graffiti una narración gráfica
La ciudad es un espacio en donde confluyen seres de todas las razas, clase social, edad… Un espacio en donde se experimenta cada vez más la tensión de un país que está al borde de la locura y no tiene manera de sanarse. Un espacio en el que la imagen se volvió vital para darse a conocer, vender, educar.
Es por esto que el graffiti es uno de los medios más utilizados en la actualidad por los jóvenes que quieren darse a conocer al mundo, paradójicamente, de manera anónima, y por supuesto, dar a conocer su voz de inconformidad frente al sistema que los oprime, intenta acallarlos y los clasifica de irreverentes.
“En aquella época medio secular cuando la violencia colombiana era asunto de partidos rojos o azules, un compositor costeño, Guillermo Buitrago, destapó el sofoco de la censura cantando “yo quiero pegar un grito y no me dejan, yo quiero pegar un grito vagabundo”. Hoy, cuando esa violencia es de todos los colores, los grafiteros pegan idéntico grito vagabundo en las paredes que todo lo resisten” (1).
Es esa imagen que a algunos incomoda la que en muchos casos intenta denunciar la manera tan siniestra como estamos siendo gobernados. El graffiti es una narración gráfica que encierra un trasfondo mucho más complejo de lo que aparenta. No es una simple ‘pintada’ como lo llaman algunos, es todo un entramado histórico, que encierra la memoria de un país, en definitiva, de un pueblo.
“Su carácter anónimo, quizá sería preferible decir su autoría difusa y su voluntad muchas veces libertaria y siempre contra oficial, le permite funcionar como espacio sintomático de ese desasosiego que subyace a las aguas tranquilas de la superficie de la sociedad” (2).
La ‘normalidad’ de la sociedad en la que aparentemente vivimos nos impide reflexionar acerca de la verdadera situación en la que estamos inmersos. Los noticieros día a día inundan nuestras pantallas con imágenes escabrosas que poco a poco se nos han convertido en parte de la cotidianidad. Pero en parte gracias al graffiti, gracias a ese mensaje anónimo que inunda nuestras calles con su implacable ironía es que logramos despertar de ese estado de aletargamiento en el que quizás por descuido, o tal vez por comodidad decidimos pertenecer.
El graffiti ha sido engendrado desde las entrañas mismas de la sociedad como una forma de resistencia ante el silencio que guarda el sistema en beneficio propio. El graffiti es más que una marca sobre la piel de la ciudad, es un ejercicio de libertad que permite a quien lo promueve resarcir parte de la culpa que carga sobre su espalda, al ser cómplice de alguna manera, de las atrocidades que se cometen a diario en contra de un pueblo que ya está cansado de guardar silencio.
Pero ¿por qué el graffiti y no otro medio? Las respuestas pueden ser múltiples. Puede ser porque es lo que está de moda, porque el hecho de ser ilegal lo hace mucho más tentador, o simplemente porque quien lo hace quiere demostrarle valentía a su grupo de amigos. Aquí pensamos, compartiendo la idea de Gimeno Blay, que el graffiti es un ejercicio de libertad que pretende, ante todo, levantarse en contra de la opresión del sistema. Escribir en un muro gritar en público, pero de manera anónima, lo que no podemos decir mientras usamos nuestra identidad visible.
Ahora bien, el hecho de utilizar un medio anónimo implica que no se han tenido los medios para hacerse visible desde la radio o la televisión, o tal vez porque lo que se quiere decir no es posible hacerlo en estos medios. Por tal razón, el graffiti se convierte en el medio urbano ideal para expresar las ideas, pensamientos y sentimientos de quien se esconde detrás del aerosol.
Esto es lo que hace que el graffiti sea el medio más usado en la ciudad para denunciar al sistema, para declarar un amor eterno o prometerle una venganza a un adversario y en esas perspectivas, públicas y privadas, se seguirá moviendo en la esfera del quehacer político.
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Una noche en la ciudad
A Trípido y sus amigos
Por: Kimberly Linares
Hace frio, el viento retumba en las calles y golpea las puertas de las casas de la capital. En el parque se mecen las hojas de los árboles produciendo un leve zumbido casi espectral. Son las 11: 30 de la noche; una hora ideal para reunirse con el parche en el parque del barrio.
Mateo se alista para salir de su casa. Usa una gorra negra algo desteñida, unas zapatillas blancas gastadas por el trajín de las noches, un pantalón ancho y una camiseta negra, con una insignia algo borrosa, que le llega casi hasta las rodillas. Desde su casa se puede ver la inmensidad de la ciudad desolada y oscura durante la noche.
Por el camino se encuentra con ‘Pipe’, ‘Lucho’, ‘Mono’ y ‘El flaco’: su parche. Llegan al parque y empieza la acción. Abren sus maletas muy sigilosamente, observando con cuidado los movimientos extraños que puedan anunciar el peligro. Uno por uno van sacando los aerosoles: rojo, amarillo, azul, verde, naranja; los hay de todos los colores y para todos los gustos.
El parque colinda con un edificio algo viejo cuyas paredes pálidas y desteñidas se convertirán en el escenario ideal para hacer escuchar la voz anónima de quienes intentarán, mediante su imaginación, darle algo de vida a la muerte misma.
‘Lucho’ miró con aire confuso, luego tomó un aerosol y empezó a recorrer el muro dibujando una extraña silueta. A su vez, ‘Mono’ con otro frasco, dejó ir y venir su mano a lo largo y ancho del paredón. ‘Pipe’ y ‘El Flaco’ no dudaron en intervenir al otro extremo del lienzo, y por supuesto Mateo, con el espray en su mano y el diseño en su mente, dio inicio a una imagen que para muchos sería un acto vandálico, pero para otros sin duda alguna, sería la más bella obra de arte.
A eso de las 2:10 de la mañana el parche de Mateo ya está por terminar. Es algo extraño lo que han creado. Imágenes llenas de color, de sentimientos, de… Imágenes que difícilmente se podrían interpretar con un vistazo, imágenes que dicen más que un artículo en el periódico; pero precisamente eso son para algunos, sólo imágenes y nada más.
Se escucha el retumbar de una sirena ¡uuuuh, uuuuh!; de inmediato Mateo y su parche meten las cosas a los morrales, no hay tiempo de terminar hoy, pero en algún momento será ¡Tal vez la siguiente noche!… Tal vez.