Entrevista al profesor Renán Vega, al abandonar el país
Renán Vega es historiador, autor de más de una veintena de libros, entre los que destaca “Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Las transformaciones mundiales y su incidencia en la enseñanza de las Ciencias Sociales», obra en dos volúmenes que lo hizo merecedor en 2008 del prestigioso Premio Libertador al Pensamiento Critico, considerado el Nobel de las Ciencias Sociales. Pero este intelectual reconocido internacionalmente gusta definirse a sí mismo como “profesor”, es es lo que siempre quiso ser y más de veinticinco años de trayectoria docente y académica lo avalan, pero en el último año ha sido objeto de una campaña de difamación en el seno de la Universidad Pedagógica Nacional, donde tuvo la ocurrencia de constituir junto con otros compañeros la Asociación Sindical de Profesores Universitarios (ASPU) y de participar activamente en el paro universitario de 2011. Las autoridades académicas de la Universidad Pedagógica, no tuvieron a bien respaldar a Renán Vega cuando fue objeto de calumnias y difamaciones a partir de un texto anónimo difundido desde el seno de la universidad. Después, como suele suceder en Colombia, las calumnias y señalamientos se tornaron en amenazas directas contra su vida y la de un grupo de estudiantes. Sus compañeros le han aconsejado que salga temporalmente del espacio de la Universidad Pedagógica, ya que es el ámbito de la amenaza. Conversamos con el profesor Renán Vega ante este exilio inminente, que sabe especialmente amargo en un momento en que, paradójicamente, el discurso oficial habla de “diálogo”, de “democracia”, de “paz”. Una paz que constituye el sueño más compartido por los colombianos, pero que no dejará de ser una quimera mientras no sea posible pensar sin miedo. Mientras el exilio, la cárcel o el exterminio sigan siendo el precio que se paga por ser crítico con el orden establecido, por identificar los problemas, analizarlos y ponerles responsables. Por saber Historia. Por tener memoria y conciencia cívica. |
¿Cómo se explica la falta de democracia en las universidades colombianas, hasta el punto de hacer imposible el debate abierto de opiniones y argumentos e incluso empujar a profesores al exilio?
Hay que señalar que la universidad pública colombiana es un producto de las luchas democráticas de los estudiantes y de los trabajadores durante muchas décadas. Cuando uno habla de universidad pública en Colombia, hay que decir que en este país esa noción siempre ha sido muy recortada. Nosotros no hemos tenido universidad pública al nivel de la que ha existido en muchos países europeos, y ni siquiera en algunos países de América Latina, como, por ejemplo, en México. Las clases dominantes de este país desde muy temprano adjuraron de la idea de universidad pública y las cosas que se han alcanzado no han sido porque esas clases dominantes estuvieran de acuerdo con la misma existencia de ese tipo de universidad, sino por la lucha de estudiantes y profesores, sobre todo de estudiantes. Desde siempre, las clases dominantes le apostaron a la educación privada en este país, incluyendo la educación universitaria. Por eso, en Colombia se presenta un fenómeno muy singular: la privatización de la educación superior se dio antes de la emergencia del neoliberalismo. A nosotros siempre nos hablan del gran proyecto de privatización, por ejemplo, de Chile. Pero antes de que eso se diera, con la dictadura de Pinochet, aquí ya había universidad privada y proyecto de privatización de la universidad como la esencia de la política educativa del Estado colombiano. Hay que decirlo claramente: antes del neoliberalismo, ya se había privatizó la universidad y tal cosa se había aceptado como la política central del Estado colombiano. De tal manera que cuando llega el neoliberalismo, en este país había un terreno abonado con mucha anticipación.
Por esa circunstancia, cuando llega el neoliberalismo en todos los terrenos, incluyendo el neoliberalismo educativo. éste avanza muy rápidamente. Estamos hablando de un proceso de consolidación de los últimos 25 años, que ha convertido a la educación universitaria colombiana en un bien mercantil. Y lo podemos ver en lo que pasa hoy en las universidades colombianas: por ejemplo, matrículas muy costosas, que no puede pagar cualquier habitante de este país, sobre todo, los habitantes pobres, para los cuales se suponía que estaba hecha la universidad pública, aunque la universidad pública por definición es una universidad abierta a todas las clases sociales; pero se suponía que esa universidad tenía abierta las puertas para los más pobres. Eso no tiene mucho que ver con la realidad. La composición de clase de las universidades se ha modificado sustancialmente, empezando por la Universidad Nacional. Porque se han colocado una cantidad de filtros que hacen mucho más difícil el ingreso de los sectores populares. No sólo los costos de matrícula, sino también los costos de mantenimiento. En la universidad pública colombiana no hay residencias universitarias, no hay restaurantes… no hay ningún tipo de facilidad para estudiar. Y generalmente al estudiante pobre de la universidad pública le toca estudiar y trabajar, con todas las dificultades que eso tiene.
Ha habido también otro tipo de cambios en el seno de la universidad colombiana, por ejemplo en términos de la competitividad. Son universidades competitivas que ahora luchan por adquirir recursos a partir de lo que producen. Entonces, la investigación también se ha convertido en una mercancía. No se investiga porque esa actividad esté relacionada con los intereses fundamentales del país, sino por la venta de resultados y de servicios, porque el Estado colombiano ha adoptado la política de reducir el presupuesto de las instituciones. Cuando uno habla aquí de una universidad pública, hay una cosa muy singular en términos presupuestales, y es que en algunos casos extremos, el 60 o el 70 por ciento del presupuesto lo tienen que conseguir las mismas universidades, y solamente el 30 por ciento es generado por el Estado colombiano. Hay otras universidades donde la relación es del 50-50, como es el caso de la Universidad Nacional. ¿Qué quiere decir eso? Que el 50% del presupuesto lo tiene que conseguir la misma universidad. ¿Cómo lo consigue? Vendiendo servicios: cursos, postgrados. Los postgrados se han convertido en una universidad privada dentro de la universidad pública.
En el seno de la universidad pública, en realidad, no hay una, sino tres universidades:
– La universidad del pregrado: la más abandonada, la que no tiene recursos, donde están los profesores de vinculación ocasional, los peor pagados, donde no hay infraestructura adecuada, pero que tiene la mayor cobertura.
– La universidad de los postgrados, donde están las especializaciones, maestrías y doctorados. Ésta es una universidad privada en el seno de la universidad pública. Funciona con otra lógica: los costos son mucho más elevados, prácticamente no tienen ningún tipo de subsidio estatal, se tiene que autofinanciar, y ahí se ha venido generando una élite de profesores que solamente quieren trabajar en maestrías y doctorados y que ya no están relacionados con los pregrados. Y se ha formado una élite investigadora, formada por los que tienen proyectos, los que consiguen recursos… Este es el sector más apetecido por las universidades, porque consiguen recursos.
– Y la tercera universidad en el seno de la universidad pública es la universidad de los servicios, cuyo personal ya no está vinculado ni siquiera a alguna actividad académica formal de la universidad, sino que vende servicios: vende cursos de idiomas, cursos de natación… venden lo que sea con la finalidad de conseguir recursos para el presupuesto de la universidad.
Es decir, que en Colombia se ha aplicado lo que algunos teóricos llaman la “privatización dulce”. La privatización amarga es la que se hace de un día para otro, por decreto, cuando se dispone: “a partir de mañana esta empresa ya no es pública, sino privada” y se procede a despedir a los trabajadores y a militarizar sus instalaciones. Esa privatización se ha dado en Colombia en muchas empresas. Pero también está la privatización dulce, que la gente siente menos, porque se produce a lo largo del tiempo, de manera sistemática, pero aparentemente, imperceptible. Eso es lo que se ha dado en la universidad colombiana, la privatización dulce. Por ello, estamos hablando de universidades semi-privadas, que siguen denominándose como públicas.
¿Cuál es la situación que ha vivido usted personalmente en los últimos meses, y las razones que le obligan en este momento a dejar sus clases en la Universidad Pedagógica y salir del país?
En el caso de la universidad en la que yo trabajo, la Universidad Pedagógica Nacional, esas políticas también se han implementado, pero con la particularidad de que esta es una universidad con una facultad de Educación nada más, porque su objetivo fundamental es formar profesores. Pero se presentan exactamente los mismos problemas de financiación presupuestal, de privatización, de mercantilización de los servicios educativos. Y otra consecuencia que ha tenido es la superpoblación. Porque en el Gobierno de Uribe se implementó una política que se llamó “la Revolución Educativa” – mire la contradicción en los términos: un Gobierno como el de Uribe denominaba a su política principal en materia de educación “la Revolución Educativa”- que en las universidades se manifestó de una forma muy particular: vía aumento de cobertura. Por decreto, con el mismo presupuesto o incluso con menos presupuesto, se dispuso que cada universidad debería doblar o triplicar el número de estudiantes que recibía. Algunas universidades, como la Pedagógica, prácticamente duplicaron el número de estudiantes: de tener cuatro mil estudiantes pasamos a tener más de ocho mil. Pero lo significativo es que esos estudiantes están en los mismos espacios: no se han construido más aulas, no ha mejorado la infraestructura, no hay nuevas bibliotecas, no hay nuevos laboratorios, no hay nuevos centros de experimentación, hay menos profesores. En la Universidad Pedagógica Nacional, solamente el 18% de los profesores tiene vinculación permanente. El 82% de los profesores son lo que aquí se llama -que es una figura incluso jurídicamente problemática- profesores ocasionales y profesores catedráticos. Quiere decir que simplemente son profesores que se contratan por un tiempo; que no tienen vinculación a la planta de la universidad; que están muy mal pagos; profesores incluso a los que se les prohíbe taxativamente -alguna vez se ha intentado establecer eso en el contrato- que participen en huelgas, en marchas o que se manifiesten de alguna forma. En la Universidad Pedagógica Nacional se vive ese ambiente.
Además, hay que agregar que esta universidad, por su mismo origen es muy conservadora, políticamente hablando, y esa mentalidad conservadora siempre ha caracterizado al funcionamiento institucional de la universidad, y a gran parte de su personal. Eso tal vez explica en gran medida muchos de los problemas que yo he tenido en esta universidad desde que yo trabajo allí, pero que se han agudizado en los últimos 5 años, y sobre todo, en los últimos meses.
Yo pienso de una manera diferente, y he combatido la privatización de la universidad en la medida de mis posibilidades, muy limitadas, desde luego. Recurriendo, en primer lugar, al terreno de la denuncia, a escribir artículos e incluso capítulos de libros en donde yo señalo cómo se ha profundizado ese proceso de privatización y mercantilización de la universidad. Y cuando estuve en el Consejo Superior como representante de los profesores, adopté como bandera la defensa de la universidad pública, como espacio democrático, como espacio de debate, pero también como un escenario en el que deberían asistir y estudiar los sectores más pobres de la población colombiana. Por lo tanto, yo combatí abiertamente todas las medidas destinadas a privatizar y a mercantilizar la universidad. Considero que ése es el origen de mis problemas de seguridad: el que haya habido una voz disonante con las políticas establecidas no solamente en el seno de la Universidad Pedagógica Nacional sino que casi en todo el sistema universitario colombiano. Desde ese momento empezó el señalamiento, acusándome de muchas cosas: primero de ser enemigo de la universidad; de representar intereses adversos a la universidad; muchas personas incluso han llegado a decir que yo no soy académico, porque yo confundo la academia con la política, como si las dos cosas se pudieran separar; muchos me han acusado de que nunca llegué a la edad adulta y que no soy profesor, en realidad, sino que sigo siendo un estudiante, porque, generalmente, participo en las marchas y protestas que realizan los estudiantes en defensa de la universidad pública. Se empezó a generar un ambiente turbio en mi contra, que ha llevado a que se adelanten procesos judiciales contra mi persona, investigaciones para demostrar mi supuesta culpabilidad en ciertas cosas, inventadas y falaces, que han sido archivadas por la Fiscalía y la Procuraduría porque no tenían el más mínimo sustento. Se me empezó a agredir públicamente en la universidad, en el seno del Consejo Superior y el Consejo Académico, cuando yo ya no estaba allí; se han difundido calumnias y se ha difamado mi buen nombre; han circulado rumores, sin fundamento alguno, de que las obras que yo he escrito eran plagiadas…
Cantidad de rumores de esta naturaleza, a los cuales no les he hecho mucho caso, porque me baso en la máxima de que ante este tipo de estupideces, lo mejor es que uno debe seguir haciendo bien lo que cree, con convencimiento de causa. “Dejar que la gente hable y sigue tu camino” decía Dante, y es una máxima que cita Marx en El Capital, que yo hago mía: que la gente hable y uno debe seguir su camino. Siempre y cuando eso no lo afecte a uno en términos de seguridad y tampoco afecte a la gente que está con uno. Cuando ya se ha pasado a ese terreno, las cosas cambian. Y eso es lo que ha sucedido este año, porque se ha pasado al plano de las amenazas directas contra mi integridad física, y además a responsabilizarme de hechos como la muerte trágica de tres estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional. No murieron en la Pedagógica pero eran mis estudiantes. Yo en el artículo que escribí al respecto hago un recuento sobre ese caso. Hay personas que en la universidad han dicho, y eso mismo se difundió un panfleto anónimos, que yo soy el responsable de esas muertes, y no sólo de esas muertes, sino de la muerte de varias generaciones de estudiantes colombianos.
¿Y por qué esos señalamientos? Esos señalamientos se explican porque he tenido una postura crítica. Porque en las clases que dicto siempre trato de señalarle a los estudiantes la magnitud de los problemas del mundo, de América Latina y de Colombia. Porque trato de buscar la verdad pero también de buscar responsables de la situación en la que nos encontramos. Eso resulta siendo muy problemático. Y es todavía mucho más problemático porque yo reivindiqué el pensamiento marxista en una época en que nadie se reclamaba como marxista. Recordemos que la universidad colombiana, en la década del 70 sobre todo y algo en la del 80, era un espacio donde se debatían las ideas y el marxismo tenía amplia recepción, porque muchos de los grupos políticos tenían incidencia en las aulas universitarias, y muchos de los profesores eran militantes de distintas organizaciones. A finales de los 80 se abandonó y se abjuró completamente del marxismo. En la década del 90, cuando aquí nadie se reclamaba como marxista, yo tuve el atrevimiento no solamente de hacerlo, sino de publicar dos libros titulados “Marx y el siglo XXI”, en los cuales yo demostraba que el pensamiento y las propuestas de Marx seguían siendo de una actualidad impresionante.
Y cosas como esas no se perdonan en un país tan intolerante, cultural, ideológica y políticamente hablando como Colombia. Que hubiera sido como una voz aislada que, en un momento en que nadie se atrevía a catalogarse como marxista o como revolucionario, yo lo hubiera hecho. Creo que eso también hay que tenerlo en cuenta, máxime que lo hubiera hecho en el seno de una universidad confesional, aunque pública, como es la Pedagógica.
Existen unos antecedentes, todo un contexto, que desembocan en lo que se está presentando ahora, cuando se ha pasado a otro plano, con amenazas directas y agresiones a través de la difamación pública. Eso se expreso por medio de un panfleto, que en mi sentir ha sido producido por gente interna de la universidad, es decir, por personas con las cuales uno se ve y se codea todos los días, pero que no tienen siquiera la gallardía de exponer sus ideas y debatirlas con uno en público. Eso hay que decirlo claramente: es un acto de cobardía, es una vileza lo que allí se está realizando, contra estudiantes y contra mi persona, con todos los señalamientos que se realizan. Pero lo más preocupante es que eso ha contado con la complicidad, si no abierta, por lo menos, nominal, de las últimas administraciones, de los últimos rectores de la Universidad Pedagógica Nacional, que nunca han rechazado ese tipo de señalamientos y no me han apoyado a mí como miembro de la comunidad universitaria que soy. En realidad, prácticamente a mí no me consideran como miembro de esa comunidad, sino como una persona extraña a la misma. Se desconoce mi trayectoria académica e intelectual. Abiertamente se dice eso. Por ejemplo, cuando a mí me dieron el Premio Libertador al Pensamiento Crítico, hay que decirlo, y no sé si en este caso, decirlo con dolor, muchas universidades se hubieran sentido orgullosas de que uno de sus profesores hubiera obtenido un premio de esta naturaleza. No, en la universidad les daba vergüenza, y empezaron a decir que ese premio no me lo había ganado yo por la obra que había realizado, sino porque era amigo personal del Presidente Hugo Chávez. Eso lo dijeron en público las autoridades académicas: el rector y miembros del Consejo Superior.
Como para sopesar un poco el ambiente intelectual en el que yo me muevo, hubo miembros del Consejo Superior que me dijeron que este era un libro plagiado, del cual yo solamente había escrito 30 páginas, cuando de muchos lugares del mundo me llegaron felicitaciones. Incluso de personajes académicamente respetados en muchas universidades. En la universidad donde yo trabajo, que deberían enorgullecerse por el premio, que además se obtuvo con un libro que fue publicado por esta misma institución, empezaron a presentarse este tipo de rumores malintencionados, de calumnias, para desconocer mi consagración a la educación durante buena parte de mi vida, porque yo le he dado casi un cuarto de siglo a la Universidad Pedagógica Nacional. Además, habría que agregar algunas cosas: yo nunca he tenido ningún problema académico. En las evaluaciones yo siempre aparezco calificado como uno de los mejores profesores de la universidad. A los estudiantes les gusta tomar clase conmigo, a mí también me gusta dictar clase. Los libros que yo he escrito, generalmente, son útiles para los estudiantes. Y a pesar de todas estas cosas, la comunidad universitaria –con excepción de los estudiantes y de un sector reducido del profesorado- considera que soy algo ajeno al mundo universitario y académico. Me ven prácticamente como un enemigo. Y un enemigo al cual hay que perseguir, y del cual hay que librarse.
Y en este momento, entonces, está usted solo en la universidad, al margen de algunos profesores que han expresado su solidaridad con usted, pero por parte de las autoridades académicas, del rectorado, la única alternativa que le queda a usted es salir.
Podríamos puntualizar algunas cosas. En primer lugar, en el paro universitario que se realizó el año pasado, en el cual participó la comunidad de la Universidad Pedagógica Nacional, se pudo constituir un núcleo de profesores que estuvimos muy activos y que participamos en forma consciente en este movimiento. Ese núcleo está relacionado con la Asociación Sindical de Profesores Universitarios (ASPU), que logró crear una seccional en la Universidad Pedagógica Nacional en diciembre del 2009. Pero la creación de este sindicato fue muy mal recibida por la administración: nunca nos ha reconocido como representantes de los profesores y nos ha dicho que nosotros no tenemos autoridad para hablar en nombre de ellos. Ha habido, en general, una política de desconocimiento y de rechazo hacia los miembros de la junta directiva del sindicato. Eso existía desde antes del paro, pero a raíz de esa protesta universitaria, se acrecentó ese rechazo. Pero, además, el rechazo, que no es sólo contra mi persona, sino que es contra varios profesores, tiende a canalizarse en mí, por una sencilla razón, y es que en la universidad se dice que yo soy muy “radical”. El término radical se usa como un calificativo despectivo, y dicen que mi “radicalidad” es la que impide que se encuentren soluciones a los problemas universitarios, y que conmigo no se justifica dialogar y que a mí no me deben nombrar en ninguna comisión de diálogo.
Durante el paro, en una ocasión, se nombró una comisión en la cual me designaron, y la administración rechazó la comisión, y aunque no lo afirmó públicamente, sotto voce sí se dijo que el argumento fundamental era que yo estaba ahí, y que conmigo no se podía dialogar ni encontrar ningún tipo de soluciones. Ese es un ejemplo del ambiente que se ha creado. Pero el ambiente no es solamente contra mí, sino contra el sindicato y, sobre todo, contra los miembros de la junta directiva del sindicato, el núcleo que ha intentado influir de otra manera en la política universitaria.
A raíz de lo que se presentó este año, cuando se publicó un panfleto anónimo, calumnioso, que se llama “El péndulo de Renán”, la administración de la universidad no hizo ninguna manifestación de condena a este tipo de documentos. Es decir, no expidió ningún comunicado en el que manifestara su desacuerdo ni inició ninguna investigación. No hizo absolutamente nada, Y es una situación bastante cuestionable, porque, primero, son unas afirmaciones calumniosas contra un profesor de la universidad, que está vinculado hace más de veinte años, y que tiene una trayectoria académica conocida, no solamente en el país sino en el exterior. No emitió ninguna condena contra este tipo de anónimos. Y este hecho es reprochable, porque eso abrió las puertas a lo que va a venir después. La administración, las autoridades de la universidad, ni su rector, ni su Consejo Académico, ni su Consejo Superior, dieron el más mínimo apoyo al acto de desagravio que se organizó en la universidad en mayo de este año, para condenar y rechazar precisamente esas calumnias anónimas. Incluso, la administración colocó obstáculos para que eso no se realizara. En consecuencia, estamos hablando de una complicidad tácita con este hecho.
Cuando se produce la amenaza, a finales de junio de este año, cuando ya se ha ya ha cambiado el tono, la administración sí expidió un comunicado rechazándola. A mi modo de ver esa es una manifestación tardía, porque existieron muchísimos antecedentes, que deberían haber llevado a las distintas administraciones a rechazar ese tipo de señalamientos y a darme el apoyo que yo como miembro de la universidad me merezco. Pero eso no se realizó sino hasta cuando ya se pasó a las amenazas más directas, como las que se presentaron en junio.
La solución ahora es salir por un tiempo, porque el ámbito de riesgo para su seguridad está en el seno mismo de la universidad. ¿Ese es el espacio del que le están obligando a retirarse?
Así lo considero, porque cuando se hace la amenaza textualmente dicen: “Profesor Renán Vega, váyase de la UPN”. Si me están diciendo “váyase de la UPN”, pues obviamente, lo que yo debo interpretar es que el espacio inmediato de riesgo es ese. Y justamente a raíz de esas manifestaciones, con los compañeros de la junta directiva de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios (ASPU) estuvimos dialogando sobre esta situación y se llegó a la conclusión de que lo mejor que podíamos hacer era que yo tratara de salir unos meses del país, y para eso gestionamos una invitación en otras universidades. Y me llegaron invitaciones de varios países. Y finalmente la universidad me aprobó una comisión especial al exterior. Optamos por eso, pero consideramos que esto es un exilio forzoso, de todas maneras. Un exilio forzoso en contra del pensamiento, en contra de la libertad de cátedra, en contra de la libertad de crítica, porque las instituciones como las universidades deberían tener mecanismos para que esto no suceda. Pero a uno no le debe sorprender, porque algunas de las universidades públicas en Colombia, como por ejemplo algunas de la costa atlántica o la Universidad Industrial de Santander, han llegado a tener rectores directamente vinculados con grupos paramilitares. Y ha habido casos también de consejos superiores manejados directamente por organizaciones paramilitares. Como es obvio, en ese ambiente la libertad de crítica, de cátedra, de pensamiento, desaparecen. Y esa es la situación que nos ha tocado vivir a nosotros, porque los instrumentos fundamentales de lucha que nosotros tenemos se mueven en el plano de las ideas, del razonamiento, de los juicios lógicos. Pero eso es lo que se está cercenando, porque nuestras voces resultan siendo incómodas para el establecimiento. En este caso, el establecimiento universitario en principio.
Desde esa perspectiva, Renán, más allá de las consecuencias que para su vida tiene esta situación, ¿cuál es el mensaje que usted cree que se les está dejando a los estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional?
Para mí dictar clase es una cuestión vital. Yo no escogí la profesión docente porque no pude desarrollar otra. No, yo siempre quise ser profesor. Y me preparé y estudié para ser profesor. Y tengo título de licenciado. Y a mí no sólo me gusta dictar clase, sino que me gusta compartir con los estudiantes, estar junto a ellos, y he desarrollado mi actividad básicamente en el terreno docente, y me reclamo más como profesor que como escritor o como investigador. Si a mí me preguntara cómo me definiría yo, me definiría como un profesor. Y eso lo he hecho durante muchos años, fundamentalmente en la Universidad Pedagógica Nacional. A pesar de los títulos que tengo, he seguido dictando clases en los pregrados, y eso no se suele hacer, porque la gente que obtiene el título de doctorado no vuelve a dictar clase en pregrado, sino que se va a dictar en maestrías o en doctorados. Yo decidí quedarme en los pregrados, porque considero que allí es donde más cosas se pueden hacer, en términos de formación, en términos de discusión, de cualificación política, ideológica y académica.
En los casi 25 años que llevo vinculado a la Universidad Pedagógica Nacional he tenido miles de estudiantes. No podría decir la cifra precisa, pero calculo que unos tres mil o cuatro mil y he incidido –eso creo- positivamente en unos cuantos que han hecho aportes muy significativos a la sociedad colombiana desde ese mismo terreno, el de ser excelentes profesores. Para mí la cátedra es un escenario de formación, pero de formación no panfletaria ni de discursos doctrinarios, sino de formación académica y política. Y los estudiantes me quieren por eso. Y muchos de ellos están muy dolidos, porque ellos podían contar conmigo para muchas cosas: charlas, conferencias, para hablar sobre determinados temas de los que comúnmente los profesores no hablan. Además, porque eso mismo me lleva a mí a moverme en muchos terrenos: he tenido que estudiar cosas que se salen de mi ámbito profesional, porque he visto la necesidad de conocerlas. Y, justamente, lo que quieren alejar de la Universidad Pedagógica es esa visión, y no solamente esa visión, sino como ese estado de ánimo que yo tengo con relación al conocimiento y a la academia.
He tenido mucho apoyo también de parte de los estudiantes y creo que han sido los que más solidariamente se han manifestado conmigo en esta coyuntura, junto con algunos colegas de la universidad.
¿Qué tiene que cambiar en la universidad colombiana, para que pueda haber pensamiento crítico, y más allá de eso, para que se pueda promover desde la universidad, que se supone que es el sitio donde se forman conciencias libres y no se le tenga miedo al conocimiento?
Como la universidad se ha modificado tanto desde el punto de vista mercantil, el saber mismo es visto como una mercancía, que tiene que dar réditos inmediatos. ¿Pero qué rédito inmediato genera publicar un libro sobre Marx, por ejemplo? ¿O qué rédito inmediato puede dar publicar un artículo donde se critica a la misma universidad, como en el texto que yo escribí, y Rebelión publicó, que se llama “Bienvenidos a la universidad de la ignorancia”? Donde yo les digo que lo que está pasando ahora es el resultado de una política de largo aliento que lleva 20 ó 25 años, y una política de la cual han sido sujetos protagónicos, a favor de la neoliberalización, gran cantidad de profesores. Es decir, hay profesores de la universidad pública que están muy contentos con este modelo, porque les ha dado réditos. Por ejemplo, a ciertos investigadores que venden servicios. Ha sido muy beneficioso para ellos en términos personales, pero en términos del conjunto de la comunidad universitaria, ha sido desastroso, porque, en comparación con miles de profesores que están pauperizados en términos laborales, unos cuantos están bien ubicados y gozan de muchas prebendas. Entonces, ¿qué rédito puede generar escribir un texto que diga esto? Por el contrario, eso origina rechazo. Si yo me pusiera a escribir libros rentables, que producen ganancia inmediata, que hacen apología de las políticas universitarias, sería bienvenido, me tendrían descargado, me darían todos los viajes al exterior que se solicitaran, sería un profesor estrella. Pero como no estoy en ese ámbito, siento todo este rechazo. Porque precisamente eso creo que es lo importante del pensamiento crítico: así uno esté en minoría, y siempre lo va a estar, mantenga sus puntos de vista, no los trafique, no los negocie. Y como uno no los trafica y no los negocia, es normal que se produzca este tipo de rechazo. Lo que pasa es que en Colombia esto adquiere otras connotaciones. No se trata solamente del rechazo, sino que eso puede pasar a otro plano. Por eso acá se dice que “Cundinamarca no es Dinamarca”. Cuando aquí se hace una amenaza de esta naturaleza, como las que estamos soportando, hay que preocuparse porque tenemos nefastos antecedentes, ya que han matado a muchos profesores. Un sector muy golpeado por la persecución anti-sindical es e de los docentes, junto con los trabajadores bananeros y petroleros. Y también hablamos de la muerte de profesores universitarios. En el texto que yo escribí, dolido sobre los estudiantes universitarios que murieron, yo hago un recuento de algunos casos similares, y habló de un colega que fue asesinado hace 13 años: Darío Betancur Echeverri. Y la hipótesis que más fuerza tiene es que él fue asesinado por haber escrito un libro sobre el Valle del Cauca. Escribió “Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos”. El título en sí mismo es muy revelador. Y una hipótesis, ya casi una certeza, considera que la causa de su muerte está relacionada con el hecho que Darío en ese libro transcribe unas entrevistas, aunque con nombres simulados. Pero, al parecer, a los personajes aludidos les llegó el rumor de lo que decía el libro y al entender que el libro se refería a ellos, procedieron a asesinarlo. Esto lo comentamos para mostrar un poco de qué hablamos en Colombia cuando nos referimos a la persecución de un colega, que fue asesinado por generar un producto tan inofensivo como un libro, y más inofensivo ahora cuando la gente no lee libros. ¿Qué consecuencias puede tener en un país como Colombia que se escriba y se publique un libro, si este es uno de los lugares del mundo donde menos se lee?
Distinto es que se publique un libro de esa naturaleza en Francia o en Alemania. Puede generar un escándalo en el mejor de los casos, y listo. Pero aquí las cosas adquieren otros ribetes mucho más dramáticos. Este es un ejemplo contemporáneo del riesgo de decir ciertas verdades en Colombia, y un ejemplo ligado a mí por la universidad, porque yo era amigo de este profesor, de Darío Betancur, y además porque yo fui una de las últimas personas que habló con él, el mismo día en que lo mataron. De cosas tan graves como la señalada es que hablamos en Colombia. Aquí las amenazas tienen otras implicaciones.
Tomado de: Rebelión