La vida por unas briznas de oro
La cordillera tolimense y especialmente Cajamarca tiene encantos que, infortunadamente, pocos valoran en su entera dimensión. Cuando uno visita, por ejemplo, ciudad de México, Santiago de Chile o Bogotá, entiende fácilmente lo que es respirar aire contaminado. Usted se pone una camisa limpia y sale a hacer sus diligencias. Al medio día revísele el cuello y notará como se ha ensuciado de una manera acelerada. Pásese un pañuelo blanco por su cara y le saldrá manchado de negro. Es la contaminación del aire de la ciudad. Si usted no visita estas ciudades con frecuencia, que no son las únicas contaminadas, sentirá en sus ojos el ardor que producen las micropartículas de contaminantes suspendidas en el aire. Igual ocurre con sus pulmones, su nariz y su garganta. Pero en Cajamarca Tolima y sus zonas rurales usted respira a sus anchas, casi puede sentir la pureza del aire. Sus ojos no se irritan, su ropa no se mancha, sus pulmones, nariz, piel y garganta no sufren y evita muchas enfermedades que son comunes en las grandes ciudades.
Pero el aire contaminado no sólo lo lastima a usted, también afecta a las plantas, los animales y los árboles, es decir a todos los seres vivos. Incluso a los no vivos porque deteriora rápidamente las pinturas, las paredes, el metal, etc. Que tesoro tan hermoso tienen los habitantes de Cajamarca y sus veredas.
En ciudades como Tokio, París o el mismo México D.C., cuando usted llega a ciertos hoteles le advierten que no puede ponerse a cantar en el baño refregándose con paciencia cada uno de sus lunares. El agua escasea, así que usted dispone de una cantidad medida de líquido y si la desperdicia se quedará enjabonado y sin enjuagar. La situación es tan delicada que el agua que usted despacha en el inodoro volverá en poco tiempo tratada intensamente para purificarla, a su lavamanos, produciéndole daños a la piel, deterioro y caída del cabello, lo que explicaría en parte, cierta aversión al baño. Para qué recordar a los africanos que no tienen agua, allá la sed es permanente. Mientras ellos sufren, en Cajamarca y sus veredas el agua abunda y es pura. Tienen más de 161 fuentes hídricas, una herencia invaluable.
Cajamarca tiene riquezas envidiables: tierra fértil, aire limpio, clima especial, un paisaje de ensueño, agua pura y abundante. Además, gente trabajadora que convirtió esa zona en la despensa de Colombia, en el mayor deposito de comida fresca y viva del país. Pero toda esta belleza está en peligro. Unos extranjeros, a quienes sólo les interesa llevarse cosas sin importarles las consecuencias que queden. Ellos, por lo demás, no viven en Cajamarca, tampoco sus hijos ni familias, ni en su mente está venir a morar por estos lados. Ellos saben que una de las veredas de Cajamarca (la Colosa) tiene una inmensa cantidad de oro desperdigada en su subsuelo. Que para sacarla tienen que moler con dinamita millones toneladas de roca y tierra. Y que con moler la montaña no es suficiente, necesitarán agregarle cianuro, un veneno altamente tóxico, que con sólo respirarlo mata a los delincuentes en las famosas cámaras de gases que funcionan en los Estados Unidos. Ellos saben que al explotar la roca, los residuos de dinamita contaminarán junto al polvo, ese aire limpio que se tiene. Y que el aire enrarecido junto al cianuro contaminará las aguas y las tierras, quemará la vegetación, dañará los árboles, los cultivos y matará los animales. Y más aún, esa agua contaminada será la que beban los habitantes de los territorios más abajo de Cajamarca, y con la que se irriguen los cultivos de arroz, soya, maíz, mango, algodón…
Ellos saben el daño que le van a hacer a Cajamarca, a sus veredas, a sus habitantes y a los que vivimos en el centro del Tolima. Pero no les importa. Como el violador que se acerca a la víctima buscando engañarla con regalitos y bisuterías, así la empresa extranjera trata de camuflar las nefastas consecuencias mostrando beneficios escasos si los comparamos con los daños irreparables. Ellos quieren llevarse el oro y dejarnos la muerte. Ofrecen moneditas para comprar lo que no tiene precio. Quieren acabar con la vida. ¡Estos bellacos nos declararon la guerra! De seguro que no nos dejaremos.
*Médico, Director del Observatorio de paz y derechos humanos de la Universidad del Tolima